"Ucrania, una guerra civil"

Era ya, previamente al 24 de febrero de 2022, una guerra de oligarcas, europeos y no europeos, como evidenció Trump desde el mismo día de su toma de posesión, al reclamar las tierras raras y los minerales críticos ucranios como pago por la ayuda bélica prestada, acuerdo firmado. El 70% de los 14,8 billones de dólares que valen los yacimientos ucranios se concentran en Donetsk, Dnipró y Luhansk.

Rusos y ucranios lo saben, y nadie se alista como soldado voluntariamente en ninguno de los bandos, las levas son forzosas y el desempeño para que se mantenga en el tiempo ha de estar muy bien remunerado. Los contratos con compañías de seguridad de mercenarios organizados y profesionales son una inversión económica que se rentabiliza repartiéndose el territorio, como viene pasando desde la disolución de la URSS.

Ni en Rusia ni en Ucrania existe una sociedad organizada y participativa, ni unos ciudadanos que se identifiquen como tales y por lo tanto poseedores de derechos. No hay nada que diferencie a rusos y ucranios lo suficiente como para obligarles a matarse mutuamente. Trump lo sabe y quiere hablar de negocios, es decir, de reparto forzado de la riqueza de ambos países.También sabe sobradamente que el mercado, la libre concurrencia, no ha funcionado nunca y que la política ha sido siempre ejercicio de la fuerza. Una guerra vergonzante por la codicia y la violencia exhibida por propios y ajenos (Bielorrusia, Corea del Norte, China, UE, Reino Unido…) en esta confrontación de intereses multinacionales totalmente egoístas, y a la que asistimos impávidos, en la puerta oriental de Europa.

La mala suerte para Ucrania es no haberse librado de sus propios oligarcas, que ahora pelean con los rusos en una guerra civil con ambas poblaciones cautivas. Ahí no hay quien pueda poner paz, están jugando a la eliminación física del contrario. Como auténticos señores de laguerra, no hay lugar para dos bandos; quedará solo uno.