"El Gobierno socialista catalán"

Dieciséis consejeros no son pocos, a ellos se suman segundos, terceros y hasta cuartos escalones por la libre designación, más todos los organismos de consulta (anuencia) y control (enjuagues), una tupida red de intereses en la que participan los tres partidos de gobierno. Es la continuidad de un apaño antiguo y consolidado, se reparten las prebendas que supone tener una administración nacional propia. Este puede durar más que el Gobierno de Sánchez que, sin presupuestos, ya importa poco a nadie, excepto a él mismo y sus inmediatos beneficiarios. Deberían convocarse nuevas elecciones generales, antes de que los independentistas se rearmen desde la propia administración de la Generalitat, ganará el PP, volverán los jueces supremos y la policía patriótica a incordiar, para darse importancia y no hacer nada. No tenemos arreglo.

El nacionalismo lo sabe, puede paralizar el Estado, por eso sus pretensiones políticas no cejan, y todo se resume en un inmenso bluf, un contrasentido, un retroceso al tiempo decimonónico, cuando las naciones eran esenciales y los imperios su paraíso. El nacionalismo se está atribuyendo un poder que no tiene ni por sus resultados electorales, ni por la aportación que hacen al bienestar de todos. La solución es utilizar la inteligencia democrática en todas y cada una de las instituciones políticas establecidas y entenderse y consensuar el interés general.