"La vida de barrio, rodeada de amistad, es una delicia"

Desde lo alto, el Eixample de Barcelona parece una alfombra uniforme coronada por la Sagrada Família, la iglesia más alta del mundo. Sin embargo, esa alfombra -conformada por cuadrados de 113,3 metros de lado y con la misma altura edificatoria- no es en absoluto un tapiz homogéneo. Según el lugar en el que se ubiquen esas manzanas, de arquitecturas extraordinariamente versátiles y con calles de personalidades muy variadas, configuran barrios desiguales.

El mío, delimitado por las calles Tarragona, Entença y Aragó, y por la avinguda de Roma, tiene en su base sureste el parque de Joan Miró; por lo tanto, el aire que respiramos no es de los más contaminados de Barcelona. En él disfrutamos de una gran variedad de servicios: cuatro farmacias, dos ferreterías, una tintorería, varios puestos de venta de verduras y frutas, dos panaderías, ocho bares, dos talleres donde recomponen nuestras vestimentas, varios restaurantes, dos gimnasios, una tienda de pinturas, tres comercios de comida preparada, un colmado donde venden exquisiteces, un taller mecánico, el outlet de Pilma, dos quioscos de prensa y un comercio donde nos gradúan las gafas. Tenemos metro y autobús muy cerca y, además, la estación de Sants y la plaza de Espanya nos quedan a un paso.

No obstante, esta carta no tiene la intención de comparar barrios; está aquí, simplemente, para ensalzarlos a todos. Los barrios son el lugar central de nuestras vidas. Por eso, ahora, que Barcelona ya empieza a oler a Navidad, quisiera ampliar aquella frase de Cicerón: "La vida sin la amistad no vale nada" con esta otra: La vida de barrio, rodeada de amistad, es una delicia.