¿A qué huele el Festival de San Sebastián?

Dicen que la memoria olfativa perdura en el tiempo, y será cierto, porque desde hace muchos años vengo asociando el Festival de Cine de San Sebastián con un determinado olor.

Lo siento, quisiera decir que para mí el Zinemaldia huele al perfume de las estrellas de cine, o a los fastuosos banquetes y 'lunchs' que se dan por toda la ciudad, o al olor a tinta de los autógrafos combinados por tanto destello de 'selfies' y tarjetas de acreditación; pero no, el olor que se me queda impregnado es nauseabundo, y lo digo literal: ¿Cuánta gente ha ido hacia el espigón de la playa de la Zurriola, junto al Kursaal?

El que se acerque sabrá que existe un punto negro, una zona en la que es preciso pasar rápido y sin respirar si no quieres acabar vomitando de las náuseas que provoca: me refiero a la alcantarilla junto a la carpa que instala todos los años una famosa marca de cerveza. La verdad, no lo entiendo: esta marca se gasta todos los años una porrada de euros en el patrocinio del festival, atrayendo a su carpa a personajes famosos y a cientos de curiosos, ¿y no es capaz de solventar este problema? Créanme, no tienen más que acercarse a la zona donde evacúan los restos de cerveza: el lugar apesta a putrefacción; es un olor característico que todos los años asocio al Zinemaldia. ¡Qué lástima! Maldita memoria olfativa…

Sé que algunos pensarán que soy un tocapelotas de esos de “cuando el diablo no sabe qué hacer…”, pero entiéndanlo, mi crítica quiere ser constructiva. El Zinemaldia va de cine, todo perfecto, salvo algunas cosillas que podrían solucionarse fácilmente.