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La llegada del esperado verano: la actualización de viejas historias

solsticio-verano

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Pat Villanueva Pons

Se equivocan aquellos que creen que la llegada del verano me ha pasado desapercibida. Nada más lejos. Lo estaba esperando y deseando como cada año. Siempre he dicho que es la estación de la dicha. Ni el calor ni los mosquitos me inquietan lo más mínimo.

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El verano es generoso, despreocupado y nos invita a seguir sus pasos sin prisas y sin agobios. Sus días son largos y las horas son lentas. Hay tiempo para todo, incluso para revivir aquello que sólo es posible en esta época: nuestra niñez y nuestra juventud, dejándonos un amplio margen para soñar en un futuro lleno de luz como la del propio verano. Recuerdos que son de ayer asoman ahora con transparente claridad.

Atrás la incertidumbre de los exámenes ya superados, se nos abría una nueva estación donde nuestras esperanzas adquirían forma convirtiéndose fácilmente en realidades. Fue en verano cuando descubrimos con sorpresa que las niñas de nuestro entorno se convertían en atractivas jóvenes, una vez optaban por desposeerse de la engorrosa ropa de abrigo que el invierno exigía y que se empecinaba cruelmente en querer ocultar la incipiente redondez de sus protuberancias.

El verano nos actualiza viejas historias y a la vez, nos sitúa en el umbral de un nuevo relato que añadir al libro de nuestra vida.

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