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"La hipocresía del antiturismo"

"La hipocresía del antiturismo"

El discurso antiturismo está plagado de contradicciones. En Barcelona, muchos critican a los turistas por masificar la ciudad, encarecer la vivienda y llenar los bares, pero luego viajan sin pudor a Roma, Nueva York o Marrakech, convencidos de que “ellos no son como los demás turistas”. Se indignan por lo que viven en casa, mientras provocan lo mismo en otras partes del mundo.

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Pero lo más llamativo ocurre en los pueblos costeros. Allí, muchos vecinos actúan como si en lugar de vivir en un municipio de 10.000 habitantes fueran dueños de un pequeño condado. Se quejan del barcelonés que viene en verano a pasar unos días, lo miran con recelo, con una mezcla de territorialidad y desprecio, como si fuera un intruso sin derecho a existir fuera de su ciudad.

Y, sin embargo, esos mismos vecinos hacen turismo, y mucho. Van a la montaña, al extranjero, a ciudades que no son suyas, a alquilar apartamentos en barrios ajenos. Todos queremos viajar, pero nadie quiere ser molestado en su zona. Esa es la verdad incómoda: la turismofobia muchas veces no es conciencia social, es puro egoísmo. El problema no es el turismo. Es que no nos gusta vernos reflejados en el otro.

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