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Manifiesto de cuarentena: las reglas del juego se rompen

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Javi Morera Mingueza

Qué locura, ¿no? Esto del virus, digo. No solo que sea realidad, sino que sea la realidad de los periódicos. Hay momentos del día en los que me olvido de lo que está pasando y lo recuerdo de golpe. Ese momentito. Un ínfimo error que me vuelve un poco loco, no mucho, pero lo suficiente como para no decírselo a nadie. Es una sensación que parte del olvido y desemboca en la duda. Y entre la una y la otra aparece la náusea. El no creerme del todo lo que sé, lo que soy y el espacio en el que estoy. Una náusea que me pone frente al sueño y la realidad y me pregunta: ¿Cuál es más verosímil? Mi cuerpo responde con un pequeño mareo, desaparezco del espacio y veo frente a mí al Joker, sonriendo de oreja a oreja, poniéndome a mí ante la realidad sin una de sus patas.

La misma náusea sentía durante las manifestaciones del pasado octubre en Barcelona, cuando las baldosas de Urquinaona fueron arrancadas. Ciudad rota, realidad resquebrajada. Joker de nuevo. El hormigón, duro e inquebrantable, estaba hecho pedazos. Mi mente entonces no encuentra en el recuerdo dónde agarrarse, y se debilita. Le falta esa pata donde apoyarse y busca las maneras de construirla. Y estas búsquedas suelen acabar en procesos de crecimiento y concienciación, dando pie de nuevo a una fértil incomodidad.

Estos días me provocan la misma sensación de fragilidad. Veo al Joker sonriendo frente a mí. Él ríe: ¡Ja! Las reglas del juego se rompen. Una economía impredecible, una ciencia que no cura, un cura que no predica; ¡un rey que pide derrotar al 'corona'! Tragedia, agonía, caos, risas, bailes.

¡Precioso momento de reconstrucción! ¡Unámonos en esta sensación de desrealización y despersonalización! Dejémonos ser vistos como personas un poco locas, frágiles y nauseabundas. Y con ello también como agentes creativos y despiertos. Saquemos provecho de esta situación para concienciarnos de la naturaleza de las estructuras que nos envuelven, y de su inmensa fragilidad.

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