El camino de la vida

Después de recorrer el camino de la vida, desde el punto cero del nacimiento y atravesar las metas volantes de la ignorancia, donde la sed de amor era nuestra instintiva necesidad prevaleciente, hasta la de aspirar elevarnos al olimpo de los semidioses aguijoneados por nuestro instinto de conservación, entonces exacerbado al egoísmo narcisista de creernos el ombligo del mundo.

Para en las últimas etapas, sí hemos aprendido de los innumerables ejemplos que se nos ha brindado y de nuestra propia experiencia, que volvemos al origen. Nada nos podemos llevar.

El juicio final es sancionado por nuestro propio juez interior. La satisfacción del deber cumplido. Las responsabilidades que asumimos, nuestros actos que tienen un efecto sobre las demás personas que te han acompañado o se han cruzado a lo largo del camino. Unas más cercanas y afines, aquellas a las que debemos favores y ayudas que no tienen precio.

A ser capaz de impedir que personas hostiles se conviertan en enemigos irreconciliables. Y en algunos casos de mucho acierto, en amigos. Comprender que todos los sentimientos, desde los más nobles hasta los más deleznables, conviven en nuestra humana alma, a menos que se sufra de una patología, se sea un psicópata de nacimiento, por enfermedad o accidente, incapaz de sentir la más mínima empatía, sádicos, pedófilos, asesinos y violadores reincidentes.

El extremo de los mártires, con poco o ningún amor a su persona, el egoísmo sano, y el otro extremo del insaciable ego hipertrofiado, de los megalómanos. Lo simple del amor compartido, recibido primero y entregado después, o a la inversa, tanto quien da primero.

Lo bueno es que fluya, que vuelva reforzado. Los progenitores sanos son la fuente, el manantial sediento su fruto. Como el ciclo del agua, Mar, Lluvia, Nieve en las cumbres, Nubes en lo alto, que vuelve por los cauces de ríos y arroyos. El ciclo virtuoso se retroalimenta. La compasión responsable pone el orden a las prioridades. Necesidad, sentimiento, emoción, acción.