Para entrar en la Sagrada Familia, quítese la gorra

Hace unos días visitmos la Sagrada Familia de Barcelona. Llovía y hacía frío. Estaba escuchando lo que contaba la audioguía, fascinado por lo que veía, cuando se me acercó una mujer a pedirme que me quitara la gorra. Le pregunté que por qué y me contestó que porque estábamos en un templo sagrado y por respeto a Dios.

Miré a mi alrededor y lo que vi era puro respeto: unos adolescentes de algún colegio con las capuchas puestas y haciéndose selfis gritando, grupos recibiendo explicaciones de un guía a voz en grito, un grupo con ropa de correr con cámaras en la frente, dos japoneses con gorra de beisbol haciendo fotos con mil máquinas, críos corriendo, madres llamando a los críos a voces, 100.000 manos levantadas haciendo fotos, una pareja y varias familias haciéndose  fotos entre ellos y selfis, riendo... 

Le dije a quien me había llamado la atención que, como podía, ver aquello no era un templo, era un destino turístico, y que eso era lo que era yo: un turista, y no un creyente. Finalmente, me quité la gorra, pero como soy calvo y hacía frío, me la volví a poner. Y entonces, vinieron más vigilantes. No les hice hablar más.

Si Gaudí levantara la cabeza, me pediría la gorra y se liaría a gorrazos con los turistas y los guardianes de no-sé-qué.