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"Sin verdad no hay diálogo y sin diálogo no hay futuro"

"Sin verdad no hay diálogo y sin diálogo no hay futuro"

Cuando debato con alguien que basa sus argumentos en mentiras, no me falta razón para rebatirlos. Me desarma algo peor: la certeza de que habitamos realidades paralelas, tan desconectadas que un muro invisible -y sin embargo infranqueable- se alza entre nosotros. Entonces, el diálogo muere antes de empezar. Ese muro no está hecho de ladrillos, sino de desinformación, titulares manipulados, algoritmos diseñados para inflamar emociones y confirmar prejuicios.

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Está cimentado en el odio y en la velocidad con la que las falsedades se propagan por redes sociales. Lo más alarmante es el rechazo automático a todo lo que no encaje en esa visión distorsionada de su mundo. Antes, incluso en discusiones acaloradas, había respeto por los hechos, por las fuentes, por el pensamiento crítico. Se podía disentir sin destruir. Había escucha. Había posibilidad de entender y ser entendido.

Hoy, la inmediatez reemplazó a la reflexión. La viralidad suplantó a la verdad. La mentira, si genera clics, se vuelve dogma. Y lo peor: aunque se presenten pruebas claras, muchos prefieren el autoengaño. No por ignorancia, sino porque reconocer la mentira implicaría desmontar el mundo que han construido. Y ese miedo es más fuerte que cualquier evidencia.

Así se levanta este muro: no solo entre ideas, sino entre mundos. Y mientras no lo derribemos, la sociedad seguirá fracturándose. A pesar del desánimo, creo que la verdad tiene un valor irrenunciable. Porque sin verdad no hay diálogo. Y sin diálogo, no hay futuro.

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