"España arde, se ahoga y vive en barracones: el precio del partidismo ciego"

En un país golpeado por tragedias naturales, todavía hay quien defiende un color político como si fuera un dogma. ¿Quién tiene la desvergüenza de ponerse la camiseta de su partido mientras La Palma sigue con familias viviendo en barracones tras la erupción del volcán? ¿Mientras Valencia se ahogaba en una DANA y ahora España se quema por los cuatro costados?

Las decisiones políticas rozan lo grotesco. Se prohíbe a los pocos pastores que quedan sacar a sus animales al monte, cuando el pastoreo limpia el sotobosque y previene incendios. En la España vacía -vacía por la misma gestión que ahora la usa como lema electoral- se dificulta cultivar huerta, pero se expropian y talan olivos milenarios para instalar placas solares. El discurso “verde” se convierte así en coartada para destruir lo que se dice proteger.

¿De dónde creen que salen los alimentos? Ah, sí…, de Marruecos, porque ser socio complaciente del reino alauí se ha convertido en especialidad nacional. Ni el PP se atrevió a tanto en sus peores momentos. Durante la trama Gürtel, la izquierda se situó en primera fila para exigir dimisiones. Hoy, ante sus propios escándalos y despropósitos, el silencio domina.

El problema no es solo que los gobernantes fallen, sino que parte de la ciudadanía siga aplaudiendo a “los suyos” aunque el país se hunda. La fidelidad ciega convierte a muchos en 'hooligans' ideológicos: incapaces de admitir errores, aunque el bosque arda, la tradición muera o el campo se vacíe. Mientras seguimos discutiendo de rojos y azules, los barracones siguen, los incendios avanzan, las huertas se abandonan y España se vuelve más pobre y dependiente.

El país no se destruye solo por malas decisiones…, también por quienes las justifican.