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'El ultimo abrazo': las emociones nos dirigen

Miguel de Unamuno, amb un posat estudiat, llegeix estirat al llit, al seu domicili del carrer de Bordadores, a Salamanca.

Miguel de Unamuno, amb un posat estudiat, llegeix estirat al llit, al seu domicili del carrer de Bordadores, a Salamanca. / ARXIU CÁNDIDO ANSEDE

Hablar sobre la memoria tiene algo de misterioso y secreto, también de ficción. Está inevitablemente inundada de fantasía, por eso nada de lo que sucede se desatiende aunque no lo recordemos.

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La condena de un relato es el castigo a no dejar huella, un eco en el silencio del abandono, una historia cargada de metáforas que habitan en la oscuridad y atrapan el pasado con un suave manto de pena que bien pudiera parecer un error del alma. Ni el mar se aleja de tal destino, somos navegantes aun sin navegar.

La añoranza es un sentimiento de nostalgia invadido por el temor a no ser evocados. Pero no hay control para el olvido, es muy difícil olvidar. La gramática del duelo sufre el paso del tiempo tras la pesadumbre de transitar a la deriva entre recuerdos, donde se vuelcan no pocos deseos y un dolor de ida y vuelta que advierte de que no hay nada más antiguo que el futuro. La imposibilidad de ignorar predispone la experiencia melancólica, ese desconsuelo que simboliza el intento de volver donde ya no se puede.

Sutil fingidora, nadie puede obligarnos al descuido. Cuanto más lo intentamos, más improbable. Habitantes de la nostalgia, rememoramos el placer que proporciona el lamento, ese poema que nos aleja de todo. Decía Unamuno que somos seres sentimentales. Echamos de menos lo que ya no está y sufrimos la necesidad de la pérdida. Nos falta el recurso defensivo, una cura que quiebre la decepción. Por eso tenemos derecho a inventarnos un poco nuestra vida, llevar con menos pesadumbre nuestra humana vulnerabilidad. Porque lo actual siempre es insuficiente.

'El último abrazo' es un libro del etólogo Frans de Waal. Un tratado de reencuentros y despedidas que luce algo de sonrisa triste, nos dice que las emociones nos dirigen. Nos comenta que no somos la única especie que llora, que los animales sociales hemos sobrevivido gracias a la capacidad de conciliarnos tras las peleas por una extraña virtud llamada empatía, ese milagro que nos hace sentir en paz cuando nos devuelven la mirada.

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