"La omisión del deber mata, y la desvergüenza envilece"

El pasdo 29 de octubre diluvió en Sevilla y Huelva. Al parecer, la inundación del alcantarillado ha hecho que cucarachas y ratas vaguen por algunos barrios. En mis casi 30 años de vida, nunca antes había oído tormentas como aquellas; yo, que temí la caída del techo de mi casa por las innumerables lluvias y asistí a los torrentes tan fríos y ruidosos, que se llevaron la tela asfáltica.

El pasado miércoles tuve, en resumidas cuentas, una angustia de narices durante todo el día, y recordé nociones como la 'ecoanxiety' inglesa, tan fatigosa como comprensible. Por televisión hablaron de los agravios del cambio climático; recordaron las afecciones de la dana del año pasado, numeraron los nombres de los muertos: 229.

Alberto Mazón, arropado por su partido, asistió al funeral de Estado por las víctimas. Algunos familiares lo insultaron y gritaron; otros, guardaron silencio y negaron con la cabeza. Lloraron, todos ellos, su desconsuelo. Y él, impertérrito, no dimite. A un año del diluvio, Mazón aún no se ha dignado a presentar su renuncia.

Claro que también pienso ahora en los 7.291 ancianos fallecidos en residencias en 2020, y en el "iban a morir igual" tan usado entonces y tan fácilmente extrapolable a la tragedia valenciana. La omisión del deber mata, y la desvergüenza envilece. Me temo que no hay agua ni raudal alguno capaz de limpiar tanta podredumbre.