Viva la música viva

Llega el verano con sus verbenas, los conciertos y las canciones. Melodías que llegan donde nada puede llegar. Que atraviesan la piel, los huesos, los órganos, hasta alcanzar aquello a lo que cada cual le da un nombre. Pongamos, por ejemplo, alma. Alcanza el alma del artesano, del albañil, la profesora, el cocinero, la camarera y el catedrático. Acariciaba también el alma de mi abuela, cuando entonaba a Miguel de Molina. Más que una película, un cuadro o un libro, la música es la ciencia perfecta reducida al mínimo común, la más sencilla y humilde de todas las artes, y sin embargo la más poderosa de ellas. Estos días he escuchado en conciertos las canciones de mi vida; esas que me sacaron de la cama cuando era más que difícil escapar de aquel agujero, canciones con las que luego bailé para celebrar que seguía vivo. Después de estos días, me doy cuenta de que nunca agradeceremos suficiente a esos cantantes que nos dejan y dejaron su música. Pasan los años, los siglos ya, y puede que hasta se olviden sus nombres, pero queda aquello que nos regalaron, esas melodías que nos curan cuando más falta nos hace.