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¿Son las cárceles españolas violentas?

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Desde 1996, cuando pasaron a depender de Interior, las cárceles dejaron de ser un recurso para la administración de justicia y se han convertido en una herramienta policial, en un almacén de delincuentes, ajenas al mandato constitucional de reeducación y reinserción social parecen la sentina de la sociedad que nadie quiere limpiar.

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Se ha ignorado la condición más elemental de la cárcel como ámbito de convivencia continuada, donde la intimidad de los internos es supervisada durante las 24 horas del día y en todas las actividades, incluso las más cotidianas; esta labor institucional no resulta fácil para los trabajadores que la llevamos a cabo, ni para quienes la soportan.

La interacción  interno/funcionario es muy estrecha, y está muy condicionada por la situación de especial dependencia o necesidad que tienen los privados de libertad; la autoridad de los funcionarios es institucional y también personal, si se alientan temores y miedos infundados, el conflicto, cuando surge, puede adquirir dimensiones inabordables.

Ante cada agresión, deberíamos preguntarnos: ¿cuántos internos hay implicados?, ¿cuáles son sus circunstancias personales?, ¿cuáles son las consecuencias para los implicados?, ¿cuáles para la institución?...Y, por supuesto, mejorar nuestras respuestas a ¿qué hacer?

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