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Política: menos estadísticas y más estadistas

Encuestas propias de los partidos, barómetros del CIS más o menos cocinados, estudios publicados en periódicos, gráficos de todo tipo y color. Datos y más datos que nos indican qué piensan las mayorías, qué demandan las minorías o de qué color o estatus es la sociedad. Datos que condicionan y que son leídos por cada cual como mejor favorece a sus intereses.

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Datos que sin más prueba de rigor que la credibilidad del medio o institución que los publica, se validan para tomar decisiones que afectan a los que han respondido a las encuestas y a los que no. Datos que redefinen estrategias políticas, anticipan veredictos o tumban leyes.

En la llamada vieja política, justa o injustamente denostada, se encontraba una rara avis por lo de su escasez en estos tiempos. El estadista era entendido como aquel político o representante público cuya vocación de servicio y amplitud de miras le permitía trascender el interés personal y cortoplacista en pro de un interés general y colectivo. Un estadista no se deja llevar por encuestas, datos o sondeos sino por su subjetiva opinión de lo que es justo, moral y ético y que a su vez comprende y respeta la subjetividad del otro.

De estos ejemplares quedan ya muy pocos, y tal vez por esto, las cosas como sociedad nos van peor de lo que por esfuerzo e inteligencia nos merecemos. Es por ello que, gracias o a pesar del mundo global, tal vez lo que haga falta sean menos estadísticas y más estadistas.  

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