Los que nacimos en los años 50 no somos ancianos

En estas fechas, leeremos noticias con titulares parecidos a este: Anciano de 60 años y joven de 40, fallecidos en accidente. A los 60 se entra en la ancianidad, pero a los 40 aún se permanece en la juventud. ¿Apenas 20 años entre una edad y otra?

Supongo que nos están inoculando la posverdad -aunque todavía no nos aclaramos con qué quiere decir exactamente la palabreja que huele a tongo-, y resultará que no tuve infancia, ni adolescencia y juventud, tampoco edad adulta y madura. Y, sin saber por qué arte de birlibirloque, hasta me meten de hoz y coz en la senectud.

Pues no. Los que nacimos en la década de los 50 no somos ancianos. Aún tenemos mucho por hacer, por enseñar y aprender, por reír y llorar, por escribir y leer, por mirar y ser mirados, por pertenecer al presente y al futuro, por acariciar y ser acariciados, por vestir bikinis y tangas, por tomar copas y compartir música y tertulias, por exprimir lo que se nos ponga por delante.

Me encabronaré la próxima vez que lea un titular semejante al que me refería más arriba. Y no por mí, que paso de todo. Me dolerá por otros mucho más frágiles y sensibles que yo, que tanto han hecho y hacen por padres, hijos y nietos, entregándoles su día a día con bríos y energías que, ojalá, estos jóvenes y niños que ahora se benefician de sus ancianos sean capaces de recordar y, sobre todo, de conservar con la misma alegría, generosidad y empuje que han recibido de ellos, repartiéndolo en el futuro, sin contraprestaciones ni exigencias. Tan solo derrochando amor a chorros.

Un rosal de pitiminí o un gran libro, regalados en Sant Jordi o en un cumpleaños, no reivindican la anónima realidad de los que nos sentimos aludidos y relegados por titulares y noticias que nos encajonan en un áspero y frío marco de cifras estadísticas. Quienes nos etiquetan por nuestra edad, ¿no adivinan que en poco tiempo también a ellos los desterrarán y encerrarán en jaulas similares?