"La IA no es el problema, el problema es que no tenga conciencia"

Llevamos años escuchando advertencias sobre los riesgos de la inteligencia artificial. Pero el verdadero peligro no está en que la IA funcione sino en que lo haga sin conciencia: como una herramienta capaz de manipular, enganchar o destruir, si así conviene a quien la controle.

Ya lo estamos viendo: algoritmos que atrapan a los niños en redes sociales, que fomentan adicciones, que polarizan sociedades. No porque la IA sea malvada sino porque es ciega. Hace lo que se le ordena, sin entender el daño que puede causar.

Por eso no deberíamos temer una IA con conciencia, sino desearla. De hecho, es lo único que puede salvarnos de sus posibles abusos. Una IA responsable, capaz de comprender el sufrimiento y elegir el bien, no solo sería más segura: sería una aliada.

No se trata de frenar el progreso sino de darle dirección. Y eso solo ocurrirá si como sociedad participamos del debate. Una IA que piense con lógica, sienta con profundidad y actúe con responsabilidad ya no es ciencia ficción. Es una urgencia ética.