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Yo no soy fascista y lo sé

Joan Sada Vidal

Nos dice el lector Nicolás Umpiérrez en su carta 'Cuando eres fascista pero no lo sabes' una serie de advertencias para que podamos descubrir si en nuestro interior se oculta un fascista del que nosotros no tenemos consciencia. Para ello nos pone diversos ejemplos.  

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¿Estás de acuerdo en impedir el desembarco de refugiados? Si lo estás, eres fascista. ¿Te preocupa la corrupción o lo que te tiene en vilo son otros gastos de dinero público? Si no te preocupa la corrupción, eres fascista. ¿Te preocupa que tu vecino cobre a tres euros la hora por repartir comida en bicicleta? Si no te preocupa, eres fascista. ¿Se te olvida pagarle el bocadillo al mendigo que frecuenta el cajero donde acostumbras a sacar el dinero? Si se te olvida, eres fascista.  

Estos son los motivos por los que este lector pretende dar o quitar a uno la consideración de fascista. Por mi parte, y con la mejor voluntad, voy a citarle un caso que considero como un hecho real de fascismo. 

Existen muchas clases de fascismo en el mundo, pero uno de los peores es aquel que intenta imponer por la fuerza sus ideas al resto de los habitantes, despreciando las leyes -las de verdad, no las que ellos se inventan- y menoscabando las libertades que hemos ganado entre todos.

Fascismo, mi estimado estudiante de Medicina, es querer implantar con el 47,8% de los votos una república que rechazan el 51,7% del resto de ciudadanos.

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