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"La corrupción en honorables, eméritos y simples"

"La corrupción en honorables, eméritos y simples"

EUROPA PRESS-LORENA SOPENA

Quien mejor ha explicado la corrupción política en España ha sido Jordi Pujol, en sede soberana, cuando dijo que bastará “mover una rama para que caigan todos los nidos del árbol” y argumentó que su conducta al respecto fue una acción concertada con mucha gente, muy importante: unos pagaban, como inversión necesaria para consolidar la maquinaria de la administración autonómica catalana que facilitaba sus negocios, y otros consentían como coste imprescindible para la gobernabilidad del Estado central.

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La corrupción puede ser graduada, degradada, relativizada, e incluso conveniente, si la entendemos como desviarse de lo correcto para que, a pesar de todo, las cosas públicas y los negocios privados salgan adelante, o para superar las dificultades sobrevenidas y no previstas para alcanzar los objetivos comprometidos por ambas partes. Servidumbres de la política y la economía, que conjugan el interés general con el interés personal de los implicados, esto es, la sacrosanta propiedad privada, la gran excusa, imprescindible para que todo el sistema funcione.

No le demos más vueltas el corrupto, como otro tipo de delincuentes menos glamurosos actúa siempre con “economía mental”: sopesa los costes y los beneficios percibidos por su acto de incumplimiento y cuando estos superan a aquellos comete la infracción, simplemente. Las penas por el delito de malversación debería pararles los pies, pero no.

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