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"La corrupción, una lección amarga para quienes enseñamos Economía"

Pedro Sánchez, durante su intervención en el Congreso en el pleno sobre la corrupción.

Pedro Sánchez, durante su intervención en el Congreso en el pleno sobre la corrupción. / AP / Bernat Armangué

Como profesor de Economía en la educación secundaria, intento cada día transmitir a mis alumnos los principios fundamentales que sostienen una sociedad justa, eficiente y sostenible: la importancia del esfuerzo, el valor del bien común, la transparencia institucional y el respeto por las normas que rigen la convivencia democrática.

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Sin embargo, me resulta cada vez más complicado mantener el discurso con coherencia cuando los titulares y las noticias que nos rodean están salpicados, una vez más, por casos de corrupción que implican a figuras públicas, partidos políticos e incluso instituciones que deberían ser ejemplares.

Es profundamente lamentable ver cómo en nuestro país la corrupción sigue presente, como una enfermedad crónica que resurge en cuanto bajamos la guardia. No es solo una cuestión ética o legal, sino una herida directa a la confianza ciudadana, al funcionamiento correcto del sistema económico y a la legitimidad del Estado.

Como economista, es evidente que la corrupción distorsiona la asignación de recursos, encarece los servicios públicos, ahuyenta inversiones y castiga a los ciudadanos más vulnerables. Pero como docente, lo que más me duele es tener que explicar a mis alumnos que muchas veces la realidad contradice lo que deberían ser las reglas del juego.

¿Cómo motivar a un estudiante para que estudie, se esfuerce y confíe en el mérito y la justicia, cuando quienes deberían dar ejemplo son, en demasiadas ocasiones, protagonistas de escándalos que quedan impunes o se diluyen con el tiempo? España necesita una regeneración profunda.

No basta con reformas superficiales ni con promesas electorales. Necesitamos instituciones fuertes, mecanismos de control independientes y una ciudadanía crítica y exigente. Pero también necesitamos educación. No solo en términos de conocimientos técnicos, sino en valores. Y esa labor empieza en las aulas, sí, pero no puede acabar allí. La lucha contra la corrupción debe ser colectiva, intergeneracional y, sobre todo, constante.

Ojalá llegue el día en que no tenga que explicar a mis alumnos por qué hay personas que roban desde lo público sin consecuencias, y pueda centrarme en enseñar cómo funciona una economía sana, limpia y al servicio de todos.

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