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Fotograma de ’Mary Poppins’, amb Julie Andrews i Dyck van Dyke.

Fotograma de ’Mary Poppins’, amb Julie Andrews i Dyck van Dyke.

Tras unos minutos de charlatanería alguien concluyó el coloquio diciendo "Magnífico todo, pero recordad que el hombre fue creado por voluntad divina con una boca y dos orejas. Pensad si lo quiso hombre Dios

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La palabra, cosa tan extraña y mística como a la vez presente en cada momento de la vida del ser humano.

Sorprenden, hoy, aquellas películas antiguas manchadas de blanco y negro pero con mínimas expresiones de voz, casi ausentes de verbo y diálogo. Me pregunto si hemos perdido sabiduría -en vez de ganarla- y hemos hecho efímero el valor de la palabra; inundando los hechos de palabras carentes de significado y llenas de contrariedades, no únicamente entre ellas sino también con nuestra razón -sí, aquella única verdad que yace en nuestro interior.

Aunque 'Mary Poppins' (filme estrenado el 1964) siga estando presente en nuestra sociedad con su 'Supercalifragilisticexpialidocious', no es la cantidad de letras que abundan en la palabra por lo que se mide su valor. El cristianismo nos cuenta como tras un 'Fiat' se operó el milagro de la Encarnación. Parece más razonable aplicar la rica sentencia de F-R. Chateaubriand: "Hay palabras que solo deberían servir una vez."

Con el tiempo se ha materializado el famoso refrán "las palabras se las lleva el viento"; y unidades léxicas con sentido propio y circunstancial se han convertido en una mera brisa más. La palabra era un misterio, aquello que adquiría un valor atemporal y eterno. Sin embargo, ahora es el misterio quién es uno más de nuestras palabras.

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