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Los profesionales de urgencias no apagan la luz

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Javier Ruiz Moreno

Cuando la noche llega, las luces de las viviendas se iluminan poco a poco, hasta que, entre las 20 y las 23 horas casi todo está encendido, y las familias -las de siempre y las de ahora- se sitúan alrededor de una mesa o frente algún tipo de pantalla. Es la hora del descanso, la hora previa a irse a dormir. Siempre que observo esas imágenes desde la calle o desde mi casa en Sant Just Desvern, a modo de 'La ventana indiscreta', imagino cuántas personas hay detrás de esas ventanas iluminadas en pleno descanso, sin estrés, haciendo lo que quieran hacer.

Cuando la noche llega, otro tipo de iluminación aparece fuera de las casas: las luces de las ambulancias de los SEM que siguen circulando. Y las luces en los servicios de urgencias hospitalarios (SUH) ya están encendidas, lo están las 24 horas. Sin embargo, ni en los SEM ni en los SU se goza del descanso y de la ausencia de estrés. Y esa ausencia de descanso se prolonga más allá de las 23 horas, cuando James Stewart se va a dormir, cuando se acaban las prórrogas de los partidos de fútbol, cuando se cierran las discotecas y cuando suenan los despertadores.

En efecto, todos los profesionales de la salud (PS) de los SUH y de los diferentes SEM, con muy poco reconocimiento social, ciudadano y académico, están al pie del cañón para cumplir con una función asistencial fundamental: atender urgencias y emergencias; bien 24 horas, bien 18, y los que menos, 12.

Ahora, en plena pandemia por el covid-19, cuando llega la noche las luces de las viviendas se iluminan más, por la reclusión forzosa. James Stewart tiene más dónde mirar, pero los profesionales de los SEM y de los SUH tienen aún más trabajo, y observan cómo el recién llegado virus de Oriente les golpea a ellos especialmente, no por no mantener la distancia de seguridad: es que tienen que infringirla para, por ejemplo, auscultar o lavar al enfermo infectado. O para cumplir con su deber. Infinitas gracias a todos ellos.

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