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Homo Festus: El ser humano, animal festivo

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Con el solsticio llega la noche de San Juan y, con ella, el comienzo del ciclo festivo de verano.

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La condición festiva en sí es inherente a todo el género humano: en toda cultura, época y sociedad, registramos el hecho festivo: allí donde hay ser humano hay fiesta. Parece que el festejar nos es tan consustancial que no podemos concebir, ni mucho menos soportar, una existencia entera sin él.

Es algo sabido desde la AntigüedadDemócrito, por ejemplo, decía que una vida sin fiestas es como un largo camino sin una posada. Pero también lo explicó muy bien ya en el siglo XX Mircea Eliade, el famoso historiador de las religiones, cuando diferenció entre el tiempo profano u ordinario, el de las labores cotidianas y en el que cada día es igual al siguiente; y el tiempo sagrado o extraordinario, en el que se trasciende el anterior para situarse en una dimensión diferente, más intensa y elevada, fuera de lo corriente, que es la propia de la fiesta.

No podríamos vivir continua y monótonamente en el primero sin acceder periódicamente al segundo. Nos aburriríamos y nos achataríamos, asemejándonos a los animales, que no celebran fiestas; o a las máquinas, que no las necesitan. La inteligencia e imaginación propias de nuestra especie que -unidas- dan lugar a la creatividad humana, exigen el tiempo festivo como ocasión universal de manifestarse.

La fiesta es, pues, entre nosotros, un hecho tan distintivo y tan natural como la razón, hasta el punto de que cabe redefinir al ser humano como Homo Festus, el animal festivo.

Así que somos humanos, humanísimos, cuando celebramos por todo lo alto estivales festejos que comienzan a partir de la noche de San Juan.

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