Europa: cuantas más naciones, más desigualdad

A raíz del juicio mediático que se celebrará en el Tribunal Supremo en los próximos meses y del cual estaremos saturados, comienza a verse al trasluz un retroceso de la sociedad que centra su atención en cuestiones relativas a naciones y patrias en vez de en las desigualdades sociales o en la pobreza generada por políticas inoperantes.

Es como si dos partes de la sociedad volviesen al oscuro siglo XIX en lugar de vivir en el XXI, en plena Unión Europea en cuyo parlamento se representan ciudadanos, no naciones y en cuyo consejo de primeros ministros se representan Estados. En la Europa del siglo XXI los ciudadanos están antes que las naciones, y sus políticas para alcanzar la media europea son a través de los estados. El Tratado de Maastricht y la proyección de Europa con su eliminación de fronteras no tenía como objetivo postergar a los ciudadanos frente a entelequias abstractas. 

La disolución de grandes estados en manos de élites ha provocado en el último cuarto de siglo situaciones como las de algunos países centroasiáticos como Uzbekistán, donde el pueblo y la élite son sustancias distintas y estancas. Ese riesgo temerario es impropio de la Europa occidental, y también la pérdida de perspectiva histórica del desarrollo de la UE y de sus estados. 

La discordia utilizando a las patrias como señuelo es una táctica obsoleta de dominio de ciertas élites, pero ¿en qué gastan sus presupuestos? ¿Cuáles son sus políticas sociales y cómo repercute en los que las necesitan? ¿Realmente están gobernando para su pueblo o por intereses distintos y estancos?