COP26 Opinió Basada en interpretacions i judicis de l’autor sobre fets, dades i esdeveniments.

Acuerdo de Glasgow, última decepción

Los compromisos adoptados implican un aumento de más de dos grados y tenemos menos tiempo del que nos pensábamos para hacer caer en picado las emisiones

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Acuerdo de Glasgow, última decepción

REUTERS / DYLAN MARTÍNEZ

El sábado 13 por la noche, después de una prórroga de más de un día, se llegaba a un acuerdo en la cumbre de Glasgow sobre cambio climático. Y hasta aquí las buenas noticias. Que uno de los hitos haya sido mencionar la eliminación de los combustibles fósiles como elemento clave para frenar el calentamiento (la primera vez que aparece en un texto como este) nos da una idea de cómo de exiguos han sido los avances. Y ojo, que esta mención ha salido aguada: India ha obligado a cambiar el concepto de "eliminar" por el de "reducir" y, además, hablamos de aplicarlo sobre los subsidios "ineficientes", lo que deja un margen enorme de discrecionalidad a los Estados para establecer qué es y que no es una subvención "eficiente".

Es cierto que se puede hacer una lectura razonablemente optimista de la cumbre, dado que había un riesgo cierto de fracaso absoluto. Se ha aprobado al fin el reglamento del artículo 6 del Acuerdo de París, que regula los mercados de carbono. Hay acuerdos bilaterales (como el de China y EEUU, significativo por lo que implica de retorno del país norteamericano a la diplomacia climática), y también algunos multilaterales, como el referente a la deforestación. Por el contrario, la postura de los países ricos a cuenta del fondo de financiación climática, y muy especialmente de la adaptación de los países vulnerables, ha sido vergonzosa e indigna; quien menos contribuye al cambio climático es quien más lo sufre.

Hay que reconocer, sin embargo, el esfuerzo y el trabajo de miles de personas en Glasgow. Gente que ha aportado lo mejor de lo mejor que tenía, durante dos semanas inacabables y soportando críticas, desprecios y frustraciones personales y colectivas. Les tengo una admiración que va más allá de su papel final en la cumbre. Pero esto no puede empañarnos los ojos hasta el punto de valorar esta COP -y el resto- por la propia cumbre, y no por aquello conseguido; es decir, tenemos que evitar confundir instrumento y objetivo. Una cumbre del clima es un instrumento, y es valiosa en cuanto que aquello que se derive sea transformador y, fundamentalmente, coherente con el conocimiento científico que tenemos. Y he aquí el problema.

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Esta COP tenía que dar respuesta a dos cuestiones. La primera, la demanda social que, desde 2018, presiona a los gobiernos para aumentar su ambición climática. Hay una sensación de enojo, extendido y transversal, que es cada vez más denso entre la gente joven pero, también, en todas las franjas de edad. Son demasiados años de esperanzas rotas y promesas incumplidas, y es ahora más penetrante que nunca el fracaso reiterado del multilateralismo, cuando el mundo se encuentra saliendo de una crisis global y se revela incapaz de repensar su modelo de crecimiento y relación con la naturaleza. En segundo lugar, hay el martillo implacable de la ciencia. La reunión de Glasgow se ha celebrado después del último informe del IPCC, que nos reitera la irreversibilidad del cambio climático, y la absoluta certeza de su origen humano, pero también la extrema importancia de actuar para evitar un calentamiento catastrófico que afecte a miles de millones de personas y convierta en inhabitables grandes extensiones en todo el planeta. Los datos son tozudos y alarmantes: los compromisos adoptados implican un aumento de más de dos grados, más aún si incorporamos la rendija de emisiones que ha descubierto el 'Washington Post' y que nos indica que tenemos menos tiempo del que nos pensábamos para hacer caer en picado las emisiones. Sí, se mantiene el compromiso de no superar el grado y medio, aunque de la misma forma con que haríamos dieta sin pasar por el nutricionista: sin ningún plan establecido, con compromisos insuficientes y pocas perspectivas de cumplirlo. Es como decir que estamos en plena 'operación bikini' entre trago de cerveza y bocado a un tenedor relleno de bravas.

La enésima cumbre del clima nos ha decepcionado una vez más, postergando el problema y diciéndonos: "ya hablaremos el próximo año". Pero está en nuestra mano hacer que esta sea la última decepción. Porque siempre tendremos el enojo, la lucha, el esfuerzo y el trabajo colectivo. Si las COP no sirven, habrá que inventar un nuevo foro o construir espacios alternativos. Lo que no podremos hacer nunca es tirar la toalla, porque el futuro se construye día a día y la desesperanza no es un camino a transitar.