Hace unos meses tuve el placer de conocer a uno de los líderes de los asentamientos de inmigrantes senegaleses en Barcelona, quien me habló de la pugna constante que mantienen con las autoridades para conservar su propia cultura y combatir el racismo y la intolerancia cultural. La parte más visible de esta resistencia planea sobre los 'top manta'.
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Sin ir más lejos, el martes tuvo lugar la primera gran intervención policial en la zona portuaria de Barcelona. Dejando a un lado la venta ilegal de material falsificado y la ocupación irregular sin licencia de la vía pública, ¿alguien se ha planteado si el colectivo de manteros tiene otra opción para sobrevivir? Lo que está claro es que sus derechos permanecen invisibles, igual que ellos el día de la redada, al margen del debate político que generó la ineficaz actuación policial.
La oposición critica la excesiva permisividad e incompetencia del gobierno de Ada Colau (que pretende aprobar un plan para la inclusión social, pero aún está por ver) y el comisionado de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, Amadeu Recasens, defiende que se entrará en materia de extranjería. Pero nadie muestra ningún tipo de consideración por personas que malviven en el lindar de la pobreza. ¿Qué respeto merece la intolerancia?