Los niños y el colegio, su pequeño mundo

Mis hijos tienen 9 y 6 años. Esa edad maravillosa en la que explican, con inocencia y sin tapujos, lo que piensan. De un día para otro, casi sin avisar, no les permitimos volver al colegio, ni jugar en el parque, ni siquiera acompañarme al supermercado para empujar el carrito. Poco a poco han ido asumiendo que no podían ver a sus amigos, a sus abuelos, tíos y toda la gente que querían.

Entendieron que hay un virus que podría llevarse a sus yayos si se contagian y que, aunque mamá estuviera trabajando en la primera línea de guerra, lo dejaría fuera de casa. Porque es nuestro refugio y eso es intocable.

Pero hay una pregunta que repiten cada día: ¿cuándo volveremos al colegio? Y ahora que el tiempo se detiene, que puedes hablar con ellos sin prisas, te das cuenta de lo que implica esa pregunta: volver a ver a Pol, enseñarle a Jan los cromos que no pudo llevarse al día siguiente, subir al columpio que aún sigue en el patio. Abrazar a Edurne, decirle a Agatha que le ha hecho un vestido nuevo a su muñeca con un trapo que le ha dejado su mamá. Correr, saltar, llenarse de arena, bajar a coger piedras, merendar mientras le dan patadas al balón. Eso significará volver al colegio, su pequeño mundo. Y les da igual si es en septiembre, si se pierde una evaluación o si tenemos que reorganizar todo un curso. No me preocupa ahora mismo que mi 'futuro astronauta' no pueda aprender las multiplicaciones. Porque lo hará tarde o temprano. Prefiero decirle que el día que salgamos de casa vamos a tirarnos al césped y ensuciarnos rodando ladera abajo.

Y espero que, dentro de muchos años, puedan entender que su colegio se cerró porque los que ahora están luchando contra el virus hicieron que nosotros pudiéramos ser lo que fuimos: niños. Aunque todo se derrumbara alrededor. Se lo debemos.