"Literatura, para seguir"

"Si debo morir, debes vivir para contar mi historia", Refaat Alareer.

Las metáforas nos ayudan a describir los sentimientos, disfrazando letras para evitar lugares feos que humillan el pensamiento; a menudo comienzan por los pies, para huir del espanto de los ruidos y cosechar esperanzas.

La poeta ucraniana Victoria Amelina murió hace dos años víctima de un misil ruso. Trabajaba en la denuncia de la invasión de su tierra desenterrando las caligrafías que, bajo un cerezo, escondió el poeta Volodimir Vakulenko -también asesinado- en su jardín. “La Historia que yo aprendí ya no existe… ¿Alguien contó la verdad? ¿Alguien tomó nota de lo que pasó?… Cuando una generación calla, a la siguiente no le queda más remedio que inventarse las cosas y, posiblemente, los que vengan después ya no puedan distinguir entre la verdad y la mentira”, fueron algunos versos que recogió en sus crónicas de la guerra.

“La memoria es un refugio en el cielo”, anotaba Héctor Abad Faciolince mientras esperaba en la sala del hospital de Kramatorsk (Ucrania) el fatal desenlace de su muerte. Los libros siguen siendo víctimas de crímenes. “Los que inventaron el pecado se olvidaron de crear el perdón, son los todos -cuenta el poeta Raúl de Tapia- en su todo que no es nada”.

En la oscuridad se a atisban los contornos de la explotación, nos van a hacer falta más cometas al borde del acantilado para entregar al mundo un expediente desnudo y recordarnos que la literatura pasea por el criadero del tiempo como un murmullo, liberando palabras que aún quieren decirnos algo, abriendo caminos, una deuda más que nos permita contar historias para traspasar el pánico, el abandono, el abuso. Para poder atravesar horizontes enfermos y escuchar campo a través, para intentar conmovernos, un consuelo digno.