Un 'Tristán' triste y oscuro

Katharina Wagner presenta la gran historia de amor con un montaje que parece moderno y atrevido sin ser ni lo uno ni lo otro

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Hay producciones relativamente recientes de la ópera 'Tristán e Isolda', de Richard Wagner, que han dejado el listón escénico muy alto. Una de ellas, por ejemplo, la que ideó Peter Sellars con imágenes de video de Bill Viola. El 'Tristán' presentado este año en el Festival de Bayreuth con una puesta en escena de Katharina Wagner, biznieta del compositor y codirectora del certamen, no supera el listón.

Siempre hay que esperar un gran 'Tristán' en Bayreuth, sobre todo por tratarse del teatro de acústica maravillosa creado por el compositor, porque la partitura es una cumbre no solo del wagnerismo, sino de toda la historia de la ópera. y, en este caso, por coincidir con el 150º aniversario del estreno de esta obra. También hay que decir que había una expectación algo malsana por ver qué haría la chica Wagner después de la polémica que creó hace algunos años con su atrevida puesta en escena de 'Los maestros cantores de Nuremberg'.

Esta vez no ha sido así. No hay polémica, pero tampoco una gran producción. Katharina Wagner plantea un par o tres de buenas ideas, pero no las desarrolla y ahí está el problema. Una buena idea que plantea es la dificultad de comunicación en el primer acto entre los dos personajes que empiezan enfrentados para acabar siendo amantes. Otra es la del amor vigilado como ocurre en el segundo acto. Y aún hay una tercera idea oportuna consistente en que los dos amantes actúan con plena responsabilidad de sus actos porque no toman el bebedizo amoroso.

El desarrollo de estos conceptos queda en la epidermis visual de la escenografía. Para la incomunicación, un laberinto de escaleras y plataformas imposibles a lo Piranesi o M.C. Escher. Para el amor vigilado, una cárcel con profusión de barreras metálicas y unos potentes focos que controlan cualquier movimiento desde lo alto.

Hay otra idea que la Wagner desarrolla que debería ser polémica, pero a la vista del aplauso recibido el día del estreno y en la segunda representación, el 2 de agosto, sobre la que se basa esta crónica, o bien pasa desapercibida para el público o éste ya se da por satisfecho si en el escenario no aparecen desnudos o figuras lúbricas como era el caso de 'Los maestros'. Aquí el rey Marke parece otro.

En la narración de los hechos que el compositor hace basándose en los poemas medievales, el rey --traicionado por su mujer, Isolda, y por Tristán, su "amigo más leal" como le define el mismo monarca--, acaba comprendiendo y perdonando la traición en un gesto de generosidad inaudita. Cuando la cosa ya no tiene remedio porque Tristán está muerto e Isolda, casi, Marke declara que ha ido en busca de la pareja para unirlos y no paran separarlos.

En la versión de Katharina Wagner, Marke no es el rey bondadoso sino que es un mafioso siempre con una navaja en la mano. Al final de la ópera, cuando Isolda ha medio revivido para cantar su 'Liebestod,' su canción de amor y muerte con la que se despide de la vida para reunirse con su amado, en vez de abandonar este mundo, Marke se la lleva viva y a rastras, como un macho alfa que reclama a su hembra.

Toda la escenografía es muy oscura, casi negra. Hay apenas colores. Solo el amarillo del rey Marke y sus hombres, o el azul del vestido de Isolda y de la camisa de Tristán. Es cierto que el segundo acto es nocturno, pero el amor de la pareja también es un amor radiante, luminoso y esto no se explica en el montaje.

En el tercer acto, las alucinaciones que tiene un Tristán enfermo y moribundo se plasman en la aparición de unos triángulos con la figura de Isolda en su interior que aparecen y desaparecen a diferentes alturas del escenario. Hay quien ha querido ver en ello un homenaje de Katharina a su tío Wieland, el creador de las escenografías desnudas y abstractas de los años 50 que revolucionaron el teatro. Quizá.

Con todos estos elementos, la biznieta del compositor consigue presentar una puesta en escena que, pese a lo dicho, parece moderna y atrevida sin ser ninguna de las dos cosas. La mayor virtud, si es que se puede llamar virtud, es que no molesta y por lo visto, en estos tiempos no molestar ya es mucho.

Este 'Tristán' visualmente muy triste y oscuro tiene su contrapartida en los aspectos musicales, con una orquesta dirigida por Christian Thielemann, esta sí radiante en la ejecución de una partitura que marcó un punto de inflexión en la historia de la música. Es la única ópera que dirige el maestro en este festival y en ella ha volcado todo su extraordinario conocimiento del compositor. Stephen Gould que había tenido un mal tropiezo con el papel de Siegfried hace algunos años en el festival ha vuelto con una solidez vocal envidiable, capaz de llegar sin demasiados problemas, al menos aparentemente, hasta el final de este extenuante papel.

Evelyn Herlitzius cantó una Isolda impecable desde todos los puntos de vista incluido el dramático demostrando una vez más su grandes cualidades como actriz además de, evidentemente, como cantante. El único problema está en que no es una Isolda. Su voz muy puntiaguda, con muchas aristas, es perfecta para personajes tirando a histéricos como Elektra, Salomé, Ortrud o incluso la Isolda del primer acto. Pero para el resto de la representación hace falta terciopelo en la voz. También es verdad que se acudió a Herlitzius en el último momento, dos semanas antes del estreno, después de que Anja Kampe que debía cantar el papel tuviera un encontronazo tan serio con Thielemann que la llevó a dejar la obra.

 

Georg Zeppenfeld, un bajo siempre excelente, hizo una muy buena interpretación, pero se notaba la poca convicción en el personaje que tenía que interpretar totalmente opuesto a lo que decían las palabras que cantaba. El resto del reparto lo formaban Iain Paterson (Kurwenal), Raimund Nolte (Melot), Christa Mayer (Brangäne), Tansel Akzeybek (Un pastor y un joven marinero) y Kay Stiefermann (Un timonel).

Un 'Holandés' más insulso que errante

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'El holandés errante' en la puesta en escena de Jan Philipp Gloger ha vuelto al Festival por cuarto año consecutivo. Es un 'Holandés' sin sustancia protagonizado por un ejecutivo trotamundos perdido, en el primer acto, en un mar de bits. En el segundo, Daland, el avaro padre de la chica, de Senta, tiene una fábrica de ventiladores (también giran, como las ruecas de las hilanderas ideadas por Wagner) y la acción se desarrolla en el departamento de embalaje de la fábrica. Pobreza de ideas y pobreza de decorados. Cuando se estrenó tenía un gran punto a su favor y era la batuta de Thielemann que supo imprimir a la orquesta toda la fuerza y la intensidad ausente del escenario.

En esta ocasión no estaba Thielemann en el foso. Dirigía Axel Kober y no es lo mismo. Las voces cumplían, la de Kwangchul Youn (Daland), Ricarda Merbeth (Senta), Christa Mayer (Mary), Samuel Youn (El holandés), Benjamin Bruns (El timonel) y Tomislav Muzek (Erik). El coro, como siempre en Bayreuth, estupendo. Su director Eberhard Friedrich es un mago de las voces. Esta es casi la única magia de este 'Holandés' que no pasará a la historia.