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Por suerte, aún resisten pequeños comercios fragmentos de la identidad de Barcelona"

La entrada de la pastelería La Colmena, en Barcelona.

La entrada de la pastelería La Colmena, en Barcelona. / Pau Arenós

Leo en EL PERIÓDICO que los comercios de Barcelona pagan hoy unos 200 euros más de alquiler mensual que el año pasado. No me sorprende. El último informe de Cushman & Wakefield (2024) ya situaba al paseo de Gràcia entre las calles más caras de Europa, con rentas comerciales que superan los 3.000 euros/m² al año. Ante esas cifras, solo las grandes cadenas internacionales pueden resistir, mientras los negocios de toda la vida van cayendo uno tras otro.

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Y, sin embargo, todavía quedan pequeños reductos que resisten, como la aldea gala de Astérix y Obélix. Sin ir más lejos, el Frankfurt Sant Jaume, en la plaza homónima, sigue sirviendo frankfurts después de más de 50 años, fiel a su esencia, como si el tiempo no pasara. Otro ejemplo es la histórica pastelería La Colmena, fundada en 1849, donde un 'xuixo' sigue sabiendo a tradición y memoria colectiva.

Estos locales no son solo comercios: son fragmentos de la identidad barcelonesa. Perderlos significa perder el alma de la ciudad, la misma que atrae a millones de visitantes que buscan algo más que las mismas marcas que pueden encontrarse en cualquier aeropuerto del mundo. Por eso, cada vez que 'entro' en el Frankfurt Sant Jaume a saborear un bocadillo, o cruzo la puerta de La Colmena a por un dulce, siento que estoy defendiendo una Barcelona auténtica frente a un modelo urbano que expulsa a los pequeños para dar paso a los gigantes.

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