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"En toda Europa, los precios son parecidos, solo que aquí tenemos sueldos 'low cost'"

La sección de fruta en un supermercado

La sección de fruta en un supermercado / Europa Press

Estos días estoy en Berlín de vacaciones y me ha pasado lo mismo que el año pasado en Amsterdam: llenar el carro del supermercado me cuesta prácticamente lo mismo -o incluso menos- que en Barcelona. Y lo mismo con la gasolina. La primera reacción es pensar: “Pues tampoco estamos tan mal”, pero basta mirar los sueldos para que la ilusión se esfume. En Alemania o en Países Bajos los salarios medios duplican fácilmente a los nuestros. Allí, llenar el carro o repostar es un gasto asumible; aquí, para muchas familias se ha convertido en un pequeño lujo.

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La pregunta es inevitable: ¿qué estamos haciendo mal? Una posible respuesta es incómoda: quizá nuestros trabajos no tienen el mismo valor que en el norte de Europa. Si gran parte de nuestra economía depende de sectores de baja productividad o de empleos fácilmente sustituibles, es difícil pagar sueldos altos. Mientras tanto, el coste de la vida no entiende de fronteras: sube aquí, sube allí.

La diferencia es que allí suben también los ingresos. En España, no. Y así, poco a poco, nos acostumbramos a vivir con menos, pagando lo mismo que otros que cobran mucho más. Si no queremos seguir en esta espiral, necesitamos un cambio profundo: apostar por industrias que generen valor, invertir en formación de calidad y dejar de resignarnos. Porque de seguir así, cada vez que viajemos al extranjero, la comparación no solo nos dolerá sino que nos recordará lo que podríamos ser y no somos.

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