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"¿Nos enamoramos del destino o de las vacaciones?"

Las vacaciones en familia son tan estresantes porque solemos idealizar esos momentos Noticia

Las vacaciones en familia son tan estresantes porque solemos idealizar esos momentos Noticia / PIXABAY

Cada verano repetimos el ritual: elegimos un destino, comparamos vuelos, guardamos fotos de atardeceres que aún no hemos visto. Decimos que nos “enamoramos” de una ciudad, de una cala, de una montaña. Pero a veces me pregunto si lo que amamos de verdad no es el lugar sino el permiso excepcional que nos da: descansar, desconectar, ser otra persona por un rato.

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Las redes han convertido los destinos en promesas de felicidad. Queremos esa esquina 'instagrameable', ese café con mesa de mármol, ese mar con el azul exacto. Sin embargo, cuando por fin llegamos, lo más memorable suele ser lo sencillo: dormir sin alarma, desayunar despacio, conversar sin mirar el reloj. ¿Y si el flechazo no es con la ciudad, sino con el tiempo que, por fin, se dilata?

Viajar nos vende biografías alternativas: "aquí sí que podría vivir". Pero al regresar entendemos que lo que deseábamos no era una mudanza, sino una rutina más amable. Tal vez confundimos el mapa con el anhelo. El destino con la posibilidad de cuidarnos. No se trata de renunciar a viajar, sino de afinar la pregunta: ¿necesitamos cruzar el mundo para permitirnos lo que negamos en casa?

Si el amor verdadero era por el tiempo propio, quizá podamos aprender a reservarlo también en septiembre, un martes cualquiera, sin billete de avión.

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