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"Convertirse en migrante es dejar de ser lo que éramos, arriesgando nuestra historia personal"

"Convertirse en migrante es dejar de ser lo que éramos, arriesgando nuestra historia personal"

REUTERS/JUAN MEDINA

Nadie puede bañarse dos veces en un mismo río, porque sus aguas fluyen constantemente. Esta metáfora del devenir se aplica cuando decidimos trasladarnos hacia otras tierras buscando oportunidades. Convertidos en migrantes dejamos de ser aquello que éramos, arriesgando nuestra historia personal para reescribirla con mano temblorosa sobre páginas inciertas. Cambiamos.

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Migrar interrumpe lo cotidiano. Casi siempre indocumentados, cedemos a las exigencias de una praxis ajena, aferrados al imperativo de vivir. El éxito no está descartado; el fracaso tampoco. En el mejor de los casos, oficios diversos permiten reinventarnos. En el peor, los sueños desaparecen mar adentro. Así, hasta el Mediterráneo pierde su identidad.

Entre triunfar o fracasar media el autodescubrimiento. Al migrar corremos una prueba de fondo cuya meta se alcanza contemplándonos distintos, asumiendo las contingencias de la existencia humana. Cambiar bajo el signo de la migración es un proceso paulatino donde el tiempo describe su dialéctica ambigua, mientras desarraigamos la pesadumbre que impuso a cada uno su lugar de origen.

Esta travesía desata marejadas agridulces, sintomáticas del migrante y su tensión existencial. Todos, en algún momento, pensamos dar marcha atrás, permanecer idénticos. Sin embargo, solo deconstruyéndonos consentimos el dinamismo de la vida. Ninguno ausente de su patria podrá negar que ha vivido. Ninguno negará que vivirá de nuevo. Renacidos.

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