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"Lo paleto no es hablar catalán, gallego o euskera sino reducir España al castellano"

"Lo paleto no es hablar catalán, gallego o euskera sino reducir España al castellano"

Alberto Estevez / EFE

Pocas veces una figura pública parece tan orgullosa de exhibir su ignorancia como Isabel Díaz Ayuso. Su última pataleta hacia la Conferencia de Presidentes, es un ejemplo de desdén, provincianismo intelectual y desprecio a la diversidad que, precisamente, consagra nuestra Constitución.

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Afirma la presidenta madrileña, con ese tono que mezcla desparpajo y prepotencia, que "lo que me tengan que decir en los pasillos en español, o lo dicen dentro, en el mismo idioma, o me saldré". Dice también que no usará los pinganillos -herramienta básica de cortesía y comprensión en un país plural- y remata su 'boutade' acusando a quienes hablan catalán de hacer "provincianismo con el secesionismo".

Hay que tener muy poca cultura política, o ser antidemocrática, para despreciar así a las lenguas cooficiales reconocidas por la Constitución de 1978, que en su artículo 3º reza: "El castellano -que no el español ya que este término abarca un significado más amplio, incluyendo los dialectos y variantes del idioma hablados en España y América Latina- es la lengua española oficial del Estado", que las "demás lenguas españolas serán también oficiales un patrimonio cultural" y "serán objeto de especial respeto y protección".

Lo verdaderamente paleto no es hablar catalán, gallego o euskera. Lo paleto es reducir España al castellano, como si el resto de las lenguas y culturas que la componen fueran adornos prescindibles. Lo paleto es encerrarse en un nacionalismo de baratillo disfrazado de cosmopolitismo de tablao. Lo paleto es negar la riqueza de lo diverso y comportarse como si el país empezara y terminara en la Puerta del Sol.

Ayuso no solo exhibe una preocupante falta de respeto institucional y educación democrática, sino que además se muestra orgullosa de ello. Ese populismo ramplón, que se disfraza de sentido común pero que no conoce la Constitución que dice defender, es una amenaza para la convivencia. Porque niega la pluralidad, desprecia lo diferente y convierte el diálogo en imposición.

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