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Rovira, Forcadell, Mas, Romeva i Junqueras, al Mercat del Born.

Rovira, Forcadell, Mas, Romeva i Junqueras, al Mercat del Born.

El desenlace de las decisivas elecciones del 27-S en Catalunya habrán dejado perplejos a muchos ciudadanos, y no porque los resultados hayan sido inesperados (en esta ocasión, las encuestas sí acertaron por dónde iban los tiros) sino más bien por lo contrario, puesto que apenas han modificado el equilibrio entre los bloques que conforman la política catalana. A la espera de los análisis con más detalle empírico que, en las próximas semanas, nos explicarán el comportamiento de los votantes, recogemos algunas claves sintéticas a tener en cuenta para comprender qué ha sucedido y, sobre todo, qué sucederá.

En primer lugar, electores y partidos asumieron la lógica plebiscitaria que el soberanismo reclamaba para estas elecciones. Y en consecuencia se dio una participación electoral récord para unas autonómicas en Catalunya, al nivel de elecciones generales de cambio (77,4%). En contra de lo que se podría haber esperado, este incremento de 10 puntos respecto a 2012 tampoco alteró sustancialmente el equilibrio entre bloques. La abstención diferencial en Catalunya (ciudadanos que votan en generales pero no en autonómicas) ya no significa ni funciona como en el pasado.

Esta altísima participación refuerza aún más el mérito de la victoria de Junts pel Sí [JxS] (62 escaños) y da especial valor político a la suma de votos de las dos candidaturas que apostaban por la independencia (47,8%). Ambas candidaturas han recogido todos los votos Sí+Sí de la consulta del 9-N del año pasado, a los que han sumado apenas 50.000 votantes más (a falta del voto del exterior). De este modo, hoy sabemos que, sobre un censo de 5,5 millones de electores, y sobre un conjunto de 4,1 millones de votantes, el independentismo suma casi 2 millones. No menos, pero tampoco más.

Esto significa que Mas ha perdido el plebiscito, pero ha desplazado definitivamente el nacionalismo catalán al espacio del independentismo, quizá de forma irreversible. Sin ser una mayoría compacta ni homogénea, estos dos millones sí constituyen un bloque político estable, que volverá a expresarse en las elecciones generales, y cuya base social podría beneficiarse del cambio generacional que parece estar produciéndose en Catalunya. Por ello, la estrategia de oposición dura utilizada hasta el momento por el PP y el gobierno de Rajoy no resultará útil a largo plazo. Para mantener el apoyo mayoritario que aún posee en Catalunya la idea de permanecer en España, y quizá fomentar las desavenencias internas que siguen marcando el ámbito del nuevo independentismo, el edificio constitucional español ha quedado emplazado para una reforma. La viabilidad, el signo y el alcance de esta se decidirá el próximo diciembre.

Mientras tanto, la victoria de Más pronto se revelará pírrica. El actual bloque independentista pierde 2 escaños frente al que reunieron CiU+ERC+CUP en 2012. Además, la nueva correlación interna de poder beneficia a los grupos más intransigentes. No solo la CUP (que triplica su representación) sino el grupo de 11 independientes dentro de JxS, muchos de los cuales han sido hasta ayer líderes del activismo independentista en las calles pero sin representación institucional: miembros y personalidades de la ANC y de Òmnium (entre ellas, Forcadell y Casals, sus líderes estos estos últimos años).

En cambio, CDC ve reducida su presencia a 29 escaños, un mínimo histórico cuyas implicaciones cuesta atisbar aún. En realidad, este era el peso que ya pronosticaba una encuesta de GESOP hace poco más de un año. Pero entonces las encuestas señalaban a ERC como la gran beneficiada, mientras que ahora, después de que Oriol Junqueras acabara doblegándose a las presiones de Mas en julio pasado para aceptar la candiditura unitaria, acaba obteniendo casi la misma representación que ya poseía en el Parlament. Habrá que ver qué sucede con ese bloque de 11 independientes, cuáles renuncian a su acta en los próximos meses, para ver cómo se altera el equilibrio entre CDC y ERC en el nuevo grupo parlamentario.

Esta fragmentación interna del bloque independentista (CDC, ERC, independientes, CUP) puede verse agravada si, como afirmó su candidato Raül Romeva en campaña, los diputados de JxS tienen libertad de voto en cuestiones no soberanistas. La disparidad de opiniones e intereses se manifestará con crudeza en breve dada las decisiones que impone la agenda política para las próximas semanas: decidir si reeditar o no la candidatura unitaria para las elecciones generales, escoger presidente de la cámara y otros cargos y, especialmente, elegir al presidente de la Generalitat.

Con 62 escaños para JxS, la abstención de la CUP no es suficiente para asegurar la reelección de Mas. La CUP reiteró en la noche electoral que no darían un apoyo explícito a Mas. De mantener esta postura, la reelección de Mas solo será posible si alguno de los otros grupos facilitara también la abstención de dos de sus miembros. Hasta hace poco, este habría sido un margen que el PSC habría aprovechado para negociar acuerdos de gobierno. Y Catalunya Sí Que Es Pot tiene bazas para intercambiar, principalmente en la alcaldía de Barcelona, necesitada de mayoría para sostener la acción de Ada Colau.

Pero estos intercambios resultan menos viables en un parlamento mucho más polarizado. Desaparece el catalanismo conservador de UDC, cuyo papel moderador quizá se vea revalorizado con su ausencia, y la izquierda no independentista al margen del PSC ha quedado muy debilitada. Además, la apuesta de confluencia de izquierdas entre Podemos e ICV no ha cuajado como se esperaba tras el éxito de Colau en Barcelona (repiten el mismo apoyo en votos que ya recibiera ICV+EUiA en 2012 pero pierden dos escaños). La ausencia de un candidato popular como Colau y la disolución de la imagen de Podemos no funcionaron como habían augurado las encuestas pre-estivales, de lo que se han acabado beneficiando la CUP y el PSC. Se abre así una lucha interna entre Podemos (4 escaños) e ICV (3 escaños) en la refundación de este espacio, como ya está sucediendo en la política valenciana y en otras Comunidades. Cuando Podemos pasa de la vieja/nueva política a la política de la identidad sufre. Y eso va a dificultar su política de alianzas de cara a las generales.

Con ello, el PSC se queda como principal representante de la conocida ‘tercera vía’ entre el independentismo y el ‘statu quo’ constitucional. Su ‘leve’ retroceso de 4 escaños y el mantenimiento del medio millón de votos de 2012 no pueden encubrir el agotamiento generacional de su base electoral (mucho más evidente con este nivel de participación dado). Obligado también a encarar la refundación de su espacio político, el PSC mantiene al menos tres razones para el optimismo: la solvencia de Miquel Iceta puede evitar los errores propios cometidos en la última década; la alianza con el PSOE (hasta el punto de disimular su autonomía como partido) le garantiza protagonismo tras las elecciones generales en el caso de una eventual reforma constitucional; y su propia condición de partido catalanista moderado le coloca en una posición como alternativa a la CUP si Mas pudiera alterar la hoja de ruta del independentismo.

Pero el gran obstáculo para la acción del PSC vendrá del espectacular triunfo de Ciudadanos, un partido que en menos de 10 años se ha convertido en el segundo partido y grupo de la cámara, a solo 4 escaños de CDC, arrebatando a los socialistas el papel de alternativa de gobierno al nacionalismo. Si inicialmente parecía un partido temático de protesta contra la hegemonía del catalanismo, Ciudadanos va en camino de consolidar su base social, con más de 700.000 votos, y contribuir a dinamitar definitivamente lo que queda del sistema de partidos catalán tradicional. El gran obstáculo de Ciudadanos es que su éxito bebe en buena medida de la fuerte polarización sobre la cuestión soberanista, y ahí le queda poco espacio de crecimiento. ¿Es verosímil que Ciudadanos pueda aspirar a una mayoría amplia de gobierno para hacerse con la Presidencia de la Generalitat? En la configuración política y social de bloques en Catalunya, no lo parece. En cambio, Cataluña sí se ha convertido en un trampolín para seguir disputando el electorado de centro al PP y, menos, al PSOE en las próximas Generales. De cómo articule posteriormente su papel de rótula entre ámbito autonómico y estatal en la próxima legislatura dependerá la culminación o no de su triunfo.

En ese sentido la fuerte caída del PP debilita a Rajoy (perdiendo un 25% de sus votantes y un tercio de su representación), aunque menos de lo que se especula, ya que la debilidad fluctuante del PP en Catalunya ha sido intrascendente para su éxito a nivel estatal. Otro cuestión es cuál es el grado de credibilidad de un candidato a la presidencia del gobierno de España cuyo partido se hunde en la irrelevancia política en la Comunidad Autónoma que probablemente va a condicionar la campaña electoral de las próximas generales.

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El retrato final que deparan estas elecciones muestra mucho cambio, pero también mucha continuidad de fondo. Hay más volatilidad dentro de los bloques que entre bloques. Y aunque parece haberse reducido el número de grupos parlamentarios la fragmentación partidista se intensifica. Las consecuencias se van a trasladar pronto a otros ámbitos. La segunda vuelta de la cuestión catalana se producirá en los comicios generales de diciembre. Hasta entonces la política catalana quedará completamente supeditada a la campaña española. Pero también tendrán efectos sobre la política de alianzas municipales, particularmente en Barcelona. A diferencia de Carmena en Madrid, Colau no dispone de apoyos suficientes para garantizar cierta estabilidad, y menos aún para afrontar alguno de los debates pendientes (como el referéndum propuesto para que la capital catalana se sume a la red de municipios independentistas).

Una vez que se haya dilucidado este calendario electoral, llegado el año nuevo intuiremos cuantos meses le quedarán de vida a la legislatura que está a punto de comenzar.