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"Vamos siempre con tanta prisa que no dejamos espacio ni tiempo a los demás"

Antes, cuando leía una carta en un diario quejándose de problemas de tráfico me parecía redundante y aburrida. Ahora me parecen casi imprescindibles. Hace pocos días, presencié cómo una niña estuvo a punto de recibir una contusión en la cabeza con el manillar de una bicicleta a pocos pasos de mí. Al interpelar al ciclista -un hombre joven, padre él mismo-, contestó que ya se había apartado de ella. Y probablemente lo había hecho, pero no lo suficiente: si la niña se hubiese desviado en su camino un par de centímetros, tendría un golpe (huelga recordar que las contusiones en el cráneo son peligrosas) y quizás una herida y un temor añadido.

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¿Qué falla aquí? Fallan los cálculos y, probablemente, fallan los tiempos. Tenemos tanta prisa por sacar partido a cada minuto de nuestra vida que no dejamos margen para que existan los otros, para que cambien de trayectoria, para que se muevan con tranquilidad y seguridad.

Pero yo me atrevería a afirmar que en el fondo falta también flexibilidad, el dejar espacio a los demás. Falta holgura. Una holgura física y una holgura social. Lo mismo aplicaría a ciertos 'runners', a conductores de patinetes y, por supuesto, a motos y vehículos de cuatro ruedas. Al menos en Barcelona.

Es más, creo que deberíamos preguntarnos si la causa de estos conflictos es solo el estrés, o tal vez haya un componente de desconsideración, o incluso de prepotencia. A ver si parafraseando a Paul McCartney, cambiamos el 'Live and let live' por 'Live and let die'. Pero seguro que estoy exagerando.

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