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"En el debate público se habla mucho pero se escucha poco"

"En el debate público se habla mucho pero se escucha poco"

123RF

Nos pasamos el día escuchando opiniones. Vayas donde vayas y hagas lo que hagas, siempre hay alguien dispuesto a opinar sobre cualquier asunto de actualidad con una rapidez y una seguridad que no siempre se corresponden con su conocimiento del tema. Opinar parece haberse convertido en una obligación. Eso sí, siempre camuflada bajo la coartada de que es un derecho y, como tal, se ejerce.

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Sin embargo, conviene recordar que la omnipresencia de opiniones no es señal de una ciudadanía más crítica, sino de una creciente incapacidad para tolerar el silencio. Y no se me malinterprete: opinar no es algo negativo; consiste en expresar lo que se piensa. El problema surge cuando la opinión se adelanta al pensamiento y se opina antes de haber reflexionado o sin el conocimiento necesario.

William Hazlitt denominaba "ultracrepidario" a quien opina más allá de aquello que conoce. Tal vez hoy no falten opiniones sino pensamiento, y quizá por eso esta figura, lejos de ser una rareza, se ha vuelto tan cotidiana. Las consecuencias son visibles en el debate público: abundan las afirmaciones rotundas y escasean los razonamientos; se habla mucho -con más o menos sentido-, pero se escucha poco.

En una vida pública que confunde ruido con participación, tal vez haya llegado el momento de reivindicar la pausa, la reflexión y, llegado el caso, el silencio. No como renuncia, sino como responsabilidad. Mantenerse callado es, a menudo, la forma más honesta de participar en la vida pública.

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