Johan cambió el color sepia por el technicolor en el Barça

En el 73 tenía yo 16 años cuando Johan Cruyff apareció en el  Camp Nou y nos cambió el color sepia por el tecnicolor cuando en el Bernabéu asomó un cinco  en el casillero visitante.

Con él empezó todo. Aquel flaco, el más elegante de los 22, el que mandaba con la cabeza alta y saltaba como una gacela para sortear el hachazo, nos hizo sentir importantes  y  yo que nací junto al estadio cuando Kubala se estaba jubilando, gané mi primera liga y yo también grité en mi casa:  ¡Mamita, campeonamos!

En el 88 nació mi hijo, y ese año volvió el genio de la lámpara diciéndoles a todos los culés de su edad: “Venid y disfrutad”.  Y se encargó de que se acostumbraran a ser ganadores sin amedrentarse ante ningún rival, viendo al Barça levantar copas como algo natural por la grandeza del club. Nos cambió la mentalidad a todos los socios y aficionados.

Dicen que el equipo lo hizo Núñez con los fichajes de Clemente, y quizás pudo ser así, pero lo que no sabían esos jugadores era que podían pasar de gladiadores a tribunos bajo las órdenes de este señor y que cambiarían aquel fútbol de la furia frustrada por el del caviar con champán. Por todo ello también la selección española debería agradecerle los servicios prestados cuando se doctoró en fútbol, curiosamente frente a Holanda.

Cruyff puso la denominación de origen al fútbol de la Masía, y como genio que era, repartía luces y sombras pero influyó en el concepto del fútbol, de los futbolistas, del deporte en general y de la afición a la que le cambió la boina por el sombrero de copa.

Hace 20 años que su fundación se ocupa de que personas con dificultades a causa de sus incapacidades disfruten de los beneficios del deporte y del espíritu de la competición, lo cual habla de un hombre tan exigente con las élites como generoso y sensible en las causas nobles.

Gracias Johan, 14 y 9.  Nunca has dejado de estar donde estás: en la Gloria