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Catalunya es en este momento una sociedad fracturada por la mitad. En un lado encontramos un 47,9% de personas que se sienten independentistas. Según la encuesta de GESOP, algunos (21,4%) son independentistas de toda la vida. La mayoría declaran que se han vuelto independentistas en los últimos años. En el otro lado se encuentra un bloque mayoritario de personas no independentistas (50,3%). Apenas existen ya ciudadanos indecisos sobre esta cuestión (1,9%). En los últimos dos años se han solidificado dos bloques ampliamente mayoritarios, impermeables entre sí. Desde finales de 2012 el independentismo no ha crecido, pero tampoco parece haberse desinflado significativamente.

Los nuevos independentistas se parecen cada vez más a los independentistas de toda la vida. Provienen, en su inmensa mayoría, de espacios afines. El 52% de los ciudadanos que recuerdan haber votado CIU en las elecciones generales de 2011 dicen que se han hecho independentistas en los últimos años. Ocurre lo mismo con el 35% de los antiguos votantes de ERC. Independentistas fetén e independentistas sobrevenidos están extraordinariamente movilizados . Más del 90% dicen que votarán seguro en las elecciones del 27-S (93,5% de los primeros y 91,9% de los segundos), y prácticamente todo el resto dicen que es bastante posible que voten. El grado de excitación y compromiso de los independentistas es excepcional. Han entendido que 'Ara és l’hora', y no están dispuestos a desaprovechar la oportunidad. Es el voto de su vida.

La inmensa mayoría de ellos son votantes habituales, que dicen haber acudido a las urnas en la convocatoria de elecciones autonómicas anteriores y en las últimas europeas de 2014. Son muchos y están convencidos de que su voto es determinante, pero no constituyen una mayoría social, y es difícil que lleguen a constituirla. Las posiciones están demasiado decantadas. La fábrica de independentistas que los producía a puñados cada semana en 2012 y 2013 lleva tiempo parada, y la recuperación económica en ciernes no augura buenos tiempos para la épica.

Con eso estoy lejos de decir que las fuerzas declaradamente independentistas no estén en condiciones de ganar las elecciones, por mayoría de escaños, e incluso por mayoría de votos. Un 81,2% de votantes independentistas de toda la vida tienen intención de votar a Junts pel Sí (65,8%) o la CUP (15,3%). También van a votar muy mayoritariamente a estas opciones los independentistas sobrevenidos (70%), aunque aquí las fuerzas independentistas tienen una asignatura pendiente para asegurar el apoyo de un porcentaje significativo que todavía no han decidido su opción de voto (16,7%), y podrían en el último momento escaparse hacia la abstención o incluso una opción catalanista no independentista. En términos estrictos la encuesta de GESOP nos sugiere que en Catalunya hay un 35,7% de catalanes independentistas consistentes. Se sienten independentista y van a votar a una fuerza política que declara su intención de proclamar la independencia (una cifra levemente superior a la que votó en la consulta de noviembre). Y hay un 6,4% de independentistas indecisos, que se sienten independentistas, pero no tienen decidido su voto (aproximadamente dos terceras partes están barajando no votar o hacerlo por opciones no independentistas, aunque hay que tomarse la cifra con mucha cautela porque no hay suficientes casos en la muestra para pronunciarse con rigor). El resto de votos que pueden obtener Junts pel Si y la CUP proviene de votantes no independentistas que muestran esa preferencia, que haberlos haylos (aunque cada día menos).

Enfrente tenemos un bloque bastante más heterogéneo de votantes no independentistas. Votantes que mayoritariamente apoyaran a un abanico amplio de fuerza políticas no independentistas, o para las cuáles la independencia no es un objetivo programático en la próxima legislatura. Como hemos señalado, hay votantes que no se sienten independentistas y que, a pesar del encuadre plebiscitario con el que concurren JxSí y la CUP, tienen decidido optar por estas fuerzas (un 4,8%). Se trata de votantes que posiblemente piensen que el órdago soberanista solo busca, en el fondo, incrementar las cotas de autogobierno, sin abocar el país a la secesión. Pero el mayor hándicap al que se enfrentan las fuerzas no independentistas no es éste, sino la elevada expectativa relativa de abstención, voto en blanco e indecisión que persiste en este segmento social. Solo el 70,4% de los no independentistas declaran que votarán con toda seguridad, una cifra que sería elevada en cualquier convocatoria electoral, pero que se sitúa algo más de 20 puntos por debajo de la cifra de independentistas que declaran que van a votar con toda seguridad.

Se trata, en buena medida, de electorado difícil de movilizar. Más de la mitad no votaron o no recuerdan/no contestan a qué partido votaron en las últimas elecciones generales. Un 66% no votaron o no recuerdan/no contestan a quien votaron las últimas elecciones europeas. Estas cifras no auguran grandes posibilidades de que puedan ser movilizables tampoco esta vez, y sus preferencias sean tenidas en cuenta.

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El principio democrático es el que es, y si un ciudadano no acude a votar, de no mediar algún tipo de restricción institucional que lo impide, está renunciando a ejercer un derecho, y con ello, a condicionar el rumbo de la cosa pública. Sin embargo, la ciencia política ha acreditado sobradamente que el fenómeno de la participación política merece una segunda lectura desde el punto de vista de la calidad democrática. La concentración del desinterés político, la desafección y la abstención en determinados segmentos sociales no es producto del azar. Cuando una proporción significativa de la población, con preferencias conocidas, no vota en unas elecciones decisivas en que está en juego la estabilidad institucional (y quizás económica y social) del país, nadie puede poner en cuestión la legalidad del proceso, pero la legitimidad del mandato para embarcarse en ciertos proyectos es algo más dudosa. Por eso, en diversos referenda se ha exigido una mayoría reforzada para legitimar una ruptura del statu quo, y quizás por el mismo motivo, el mismo David Fernández se refirió en su momento a la necesidad de que las fuerzas independentistas lograran el 55% de los apoyos para declarar unilateralmente la independencia.

No parece momento para tanta 'finezza'. La única disputa sobre el tablero parece que es si la legitimidad para declarar la independencia unilateralmente la da la mayoría de escaños o de votos, o bien la quita en cualquier caso la legalidad constitucional. Sobre lo que ocurre en los arrabales del electorado, entre esas considerables bolsas de ciudadanos anónimos que no acudirán a decidir dónde deben situarse las fronteras -aunque tengan ideas al respecto y sepamos cuáles son- poco se hablará.