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Un pequeño grupo de apenas el 0,5% de la población acumula el 35 % de la riqueza mundial, mientras que el 20% más pobre solo tiene acceso al 2%. Nunca en la historia de la humanidad la riqueza había estado tan desigualmente distribuida. Aunque en las últimas décadas la situación de cientos de millones de personas ha mejorado y se han producido avances para los más pobres, el ritmo de cambio es demasiado lento y las desigualdades se agudizan. Es más, el ritmo de los avances en la reducción de la pobreza se ha estancado.

Hoy más de 800 millones de trabajadores no pueden llevar a casa más de dos dólares diarios. 2,3 millones de trabajadores mueren anualmente por enfermedades y accidentes causados por las malas condiciones de trabajo. Sólo el 20 por ciento de la población mundial tiene acceso a un sistema de protección social y más del 50 por ciento -3.700 millones de personas- no tienen ningún tipo de cobertura en caso de desempleo, discapacidad, enfermedad, accidente, o vejez.

El colapso financiero de 2008 ha abierto una crisis global sin precedentes poniendo en riesgo avances conseguidos en los últimos años y está erosionando conquistas sociales que se daban por consolidadas en los países industrializados. En estos años, los ricos se han hecho más ricos y los pobres más pobres. La participación de los trabajadores en la renta ha caído en más de 7 puntos.  La crisis se ha convertido una crisis de empleo con 202 millones de personas desempleadas, 5 millones más que hace un año, y habrá 13 millones más en 2018 si la situación no cambia.

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Mientras que doscientos millones de adultos -74 millones de ellos jóvenes menores de 25 años- buscan trabajo y no lo encuentran, 168 millones de niñas y niños se encuentran atrapados en el trabajo infantil, 85 millones de ellos en trabajos peligrosos perdiendo su salud y su vida en minas, campos y talleres, y casi 21 millones de personas son víctimas del trabajo forzoso y esclavo.

Pero esta desigualdad que es, junto al cambio climático, el mayor de los desafíos a los que debe hacer frente la comunidad internacional no es el fruto de una maldición bíblica: tiene soluciones. Dar centralidad a la creación de empleo productivo con trabajo decente y protección social en las políticas económicas a través del diálogo social es lo que propone la OIT, en el marco de una nueva era de la justicia social para una globalización equitativa.