25 de diciembre del 2005

Carmen Balcells: toda una leyenda

La agente fue un mito literario. Poseía una mezcla demoledora de intuición y atrevimiento

6
Es llegeix en minuts
HENRIQUE DE HÉRIZ / BARCELONA

La pasada primavera recibí a media tarde de un miércoles una llamada de la persona que, dentro de la Agencia Literaria Balcells, se ocupa de las traducciones. «¿Qué haces hoy a las nueve?» Contesté que tenía unas clases. «Eso no es lo que dice Carmen», me respondió. «Ah, ¿no? ¿Y qué dice Carmen?» «Dice que vas a un concierto con tu editor portugués». Acepté de inmediato, aunque había dos problemas. El primero, mis clases, se arregló con una llamada. El segundo era un poco más serio: yo no tenía editor en Portugal, ni lo había tenido jamás. Ni siquiera se me ocurrió preguntar quién era. Había dos buenas razones para aceptar la invitación: era la Quinta de Shostakovich y, sobre todo, era lo que decía Carmen.

Lo que dice Carmen suele ser verdad porque en sus manos la realidad es maleable. Una de las primeras cosas que te pregunta cuando ingresas en su agencia es si alguna vez te han hecho la carta astral. Si contestas que no, ella la encarga. Ignoro quién es la astróloga pero, a juzgar por su gramática, debe de ser italiana. La mía incluía augurios capaces de provocar la euforia incluso en el más escéptico. Como creo que la euforia es mala consejera, convoqué a unos cuantos amigos a cenar y, tras leerla en voz alta, quemamos la carta en la chimenea. Un año después me la volvió a enviar. Debía de ser una forma sutil de hacerme saber que la realidad no dependía tanto de mí como de sus augurios. Como soy tozudo, repetí la cena con amigos y volví a quemar la carta. A la semana siguiente me anunciaron la tercera edición de mi última novela. Dos semanas después, gané un premio.

Todavía hoy, cuando me dicen que tengo un concierto con un editor portugués, o de donde sea, me imagino a Carmen con los ojos cerrados, aplicando todo el poder de su mente para asegurarse de que hasta el último y más minúsculo planeta esté debidamente alineado. 

Pausa y genio 

Cerró su discurso de aceptación del doctorado honoris causa que le concedía la Universitat Autònoma de Barcelona afirmando que dudaba a cuál de las dos Carmenes correspondía el honor: a la persona o a la leyenda. No era un ataque de engreimiento. Es una leyenda, lo sabe y negárselo a sí misma sería un acto de irresponsabilidad. Sus pesares le habrá costado. El problema para c u a l q u i e r a que se acerque a ella c o n u n mínimo de interés personal (es decir, con la voluntad de no tratar a un fantasma en el que se proyectan chismes y deslumbres de muchas décadas, sino a un ser lleno de claroscuros y de pasiones muy humanas) es que la persona es una leyenda. Una de sus características más comentadas es la velocidad de su cerebro. Sin embargo, en el terreno corto, en la siempre anhelada conversación entre dos, Carmen Balcells ofrece una contradicción aparente: pese a esa velocidad legendaria, tiene el freno suficiente para escuchar. Te mira cuando hablas con ella. Te mira a los ojos con un gesto que significa «te estoy escuchando», y que, por poca inseguridad que padezcas, te hace pensar: «Glups, será mejor que aproveche la ocasión». Y luego, antes de contestar, suele hacer una pausa. Y entonces puede pasar cualquier cosa. Cualquiera. Porque, mucho más allá de una inteligencia ya demostrada por los resultados de su carrera, ella tiene una mezcla demoledora de intuición y atrevimiento.

Como no me han encargado una hagiografía, diré que después de una de esas pausas puede proponerte algún despropósito. A mí llegó a sugerirme una vez que adoptara un pseudónimo y me hiciera pasar por jamaicano; tenía incluso pensado un borrador de mi falsa biografía para las solapas. No yerra quien no se atreve. Pero en honor a la verdad son incontables las ocasiones en que una de esas pausas ha precedido a una auténtica genialidad. Tal vez de apariencia excéntrica, incomprensible para los que vamos detrás de la realidad, afanados por comprenderla, pero no para quien tiene la misión demodificarla.

La semana pasada, unas 200 personas recibimos una invitación para asistir a su investidura como doctora honoris causa y al almuerzo de celebración posterior. Ya sentados a la mesa, muchos teníamos dos dudas: cómo podía permitirse semejantes fastos la universidad y por qué Carmen no estaba presente en el comedor. Ambas dudas se respondían mutuamente. La universidad no podía permitírselo y precisamente por ello Carmen, mientras almorzaba en la planta baja con el rector y otras autoridades, invitaba a todos los demás a degustar exactamente el mismo menú en el piso superior. Y lo mejor es que para saber quién nos invitaba tuvimos que preguntarlo. La gente apasionada suele practicar la generosidad con discreción. En casa de Juan Marsé Hacia el año 60, Juan Marsé acababa de publicar su primera novela, Encerrados con un solo juguete. Un día regresó a casa de su trabajo en el taller de joyería y al abrir la puerta se encontró a una desconocida hablando con su madre. Era Carmen Balcells. Cuando lo cuenta, Marsé se asegura recordar que entonces no era famosa.

Más importante: la figura profesional de la agente literaria no existía en España. Se la estaba inventando ella en ese mismo momento, con la pasión necesaria para meterse en casa de quien fuera. Hechas las presentaciones, Marsé descubrió que en su ausencia, en la breve conversación mantenida con su madre, Carmen había alcanzado el nivel de intimidad suficiente para saber que él era hijo adoptivo. No desvelo aquí ningún dato privado. Cuento con el permiso de Marsé y él mismo lo ha escrito con mayor profundidad.

El dato es fundamental porque¡ tiene que ver con una de las pulsiones presentes en su gran literatura. ¡Y Carmen Balcells es, antes que estratega y comerciante, una lectora. Una lectora de verdad. Quienes conocen a la leyenda se la imaginarán permanentemente rodeada de ejecutivos con algún contrato sobre la mesa. A mí me gusta pensar en la

persona. Sola. Leyendo. Un retrato de Bogart Las paredes de su agencia están forradas de fotos de autores. Ver tu retrato allí, así sea en el último rincón, significa haber entrado en contacto con la leyenda, o por lo menos con su periferia. El retratomás cercano a la persona, en cambio, no es de un autor, sino de Humphrey Bogart; estuvo muchos años colgado en el baño. Ignoro qué lugar ocupa la figurita de Bogart que le regaló el editor Daniel Fernández y fingiría una intimidad impropia si diera voz al rumor que afirma que la conserva en su mesita de noche. Hablando de intimidades: se suelen contar sus cenas en el Botafumeiro, o sus fastuosos cáterings. Hay otros banquetes, más íntimos ymenos comentados.

En alguna ocasión, teniendo algún asunto que discutir con ella (o mejor dicho, necesitando alguna orden suya que obedecer) le propuse que comiéramos juntos y me contestó: «Vente a casa mañana. No tengo nada organizado, pero nos acabaremos las sobras». Por supuesto, las sobras no eran tales. Pero el placer era inmenso. ¿Existe mayor declaración de intimidad y cercanía que una invitación a sobras? Sigue en la sombr.a La lista de logros de su carrera profesional exigiría decenas de páginas. El menos comentado de todos es su jubilación. Aunque todo el mundo siga refiriéndose a ella como la agente literaria, se retiró no hace mucho. Llevaba años anunciándolo y no se lo creía nadie. Y sin embargo, lo hizo. Sigue en la sombra, por supuesto. Está allí aunque no la veamos cuando acudismos a sus oficinas. Pero ha conseguido que la agencia funcione perfectamente en su ausencia. El mérito es de su equipo y parte de una premisa muy acertada: nadie ha intentado suplantarla. Con responsabilidades bien atribuidas, se limitan a trabajar y poner en práctica lo que han aprendido de ella, que es mucho. Pero los méritos de un equipo deben atribuirse siempre a quien lo formó. Los mediocres suelen rodearse de mediocres por pura afinidad, pero también por miedo a que cualquiera de sus segundos pueda hacerles sombra.

No es el caso. Carmen Balcells ha sabido rodearse de gente altamente capacitada en beneficio de todos: de la propia Carmen, del equipo y de los autores. Quizá por eso, el otro día, en la hora de los parabienes, después de la comida, Eduardo Mendoza tomó el micrófono y, sabedor del pánico que le provocan a Carmen esa clase de actos públicos, le anunció que se fuera preparando porque sus autores íbamos a pedir la beatificación. Autores a los que, por cierto, ella se empeña en considerar clientes. Tiene razón; somos los paganos (en teoría, porque la mayoría somos deficitarios). Pero nos pasa como cuando entras con reverencia en ciertas tiendas míticas y sientes que para comprar allí deberías pedir permiso primero y dar las gracias después, por mucho que seas tú quien paga.

Notícies relacionades

Tal vez sea un error pedirle a un autor de la agencia que escriba sobre Carmen Balcells. Tal vez debería hacerlo alguien mucho más distante, alguien que no se haya sentido escuchado por ella y conserve la ingenuidad suficiente para intentar separar leyenda y persona. No es mi caso: yo he comido sobras con la persona y era una leyenda. Por eso me

atreveré a pedir algo más que la beatificación: que la realidad le pague un diez por ciento. Al fin y al cabo, si es cierto que ella se inventa la realidad, estará legitimada para reclamar los correspondientes derechos de autor