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"El saber concentrado en un diccionario hay que leerlo pausadamente"

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Julián Arroyo Pomeda

"Todos los seres humanos por naturaleza desean saber", escribió Aristóteles. La sabiduría de las épocas ha quedado en depósitos, diccionarios y enciclopedias. En la última década del siglo XVII el pensador francés Pedro Bayle (1647-1706) redactó el Diccionario histórico y crítico, que ahora podemos leer en castellano (Ediciones KRK de Oviedo), proyectado en 20 volúmenes, de los que acaba de salir el segundo.

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Del diccionario decía Diderot que todos querían tener un Bayle a cualquier precio. Se vendía mediante suscripción y las ediciones se agotaban. Estaba al cuidado del trabajo hercúleo de un solo hombre. Sacaba los datos de los libros caídos en sus manos, que devoraba a costa de su propia salud. Dispuso de una gran erudición, acompañada de su actividad crítica incesante. Más de tres siglos después, por fin tenemos la primera edición íntegra en español.

¿Qué hace singular el diccionario y le distingue del resto? Tiene una parte común con todos los diccionarios: la descripción de datos, hechos y pasajes que informan el lector. Esto es lo que el género exigía. Descubre la historiografía oficial, como la de Moréri, bastante sectaria, y deshace numerosas leyendas sin fundamentación. Esta es la parte histórica.

La parte reflexiva y crítica aporta pruebas, discusiones, observaciones, comentarios y muchas notas personales de carácter científico. Discute interpretaciones y pone en evidencia muchísimos errores. Todavía hoy sigue conservando su primigenio interés.

Elaborado espontánea y rigurosamente, no oculta la ironía del autor para provocar, desafiar y atraer al lector, dejando que fluyan pensamientos e ideas. Anticipa la próxima modernidad, enterrando las concepciones tradicionales. El fanatismo no le perdonará que ponga en solfa a predicadores, confesores, conducta de los cristianos, milagros, infalibilidad, prelados y superstición. Hay que leerlo pausadamente en la tipografía impecable de la que disponemos.

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