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Los golpes en las venas de mis amigos

Este texto está escrito en memoria de Juan Carlos, Jaime, Joan, Jaume, Angels, Mónica, Montse, María, Rafa, Nacho, Jordi, Alfonso, Gonzalo, Oso, Carlos, Alejandro, Pablo, Jose, Pepe.

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Veo en el parque a un grupo de jóvenes de 15 ó 16 años que, riendo y charlando, me recuerdan a mis amigos de la plaza del barrio.

Sigo, entro en Sant Pau y recuerdo aquella tarde de hace 46 años; la alegría de reencontrarnos todos después del verano. Entro en el hospital y recuerdo estar en casa de Juan Carlos, en su habitación, los cinco apretujados fumando un porro cuando sonaba el LP 'Hunky Dory' de fondo.

Juan Carlos nos explicaba las múltiples facetas de David Bowie, lo mágico de su música. La enfermera me acompaña a hacer el reconociendo; paso, me estiro en la camilla y, mientras espero para hacer la extracción, de repente recuerdo aquella extraña tarde: las gomas, las cucharillas, los encendedores, las papelinas, las agujas, las jeringuillas.

Todo apareció deprisa. Ahora me resuenan los golpes en las venas que se hacían mis amigos y se mezclan con los de la enfermera. Miro por primera vez, como después de colocarme la goma, el alcohol en la piel; la enfermera pincha, me mira y llena los tubos para los análisis. Mi brazo se mezcla con los brazos de mis amigos, observando callado y atónito -también por primera vez- cómo se meten un pico. 

Se inyectan los unos a los otros sin práctica. Me explican y, sin cambiar la aguja, solo me falta el olor. Cierro los ojos: mientras se llena la bolsa de sangre, surgen los recuerdos, las risas, la frase de ese día: "Tú no, Alejandro".

Tal vez porque era el más infantil o tal vez por la angustia en mi cara que me producían las agujas, decidieron, sin dudar, que yo no participaba de ese asunto. El recuerdo de una tarde reclamando querer ser rebeldes como nuestros ídolos, la mayoría con fama de toxicómanos.

Nuestros hermanos hablaban del 68, del Ché, de Levi, los Beatles y los Rolling; nosotros de la psicodelia, las comunas, Bowie, Warhol, George Harrison, los cómics y de algo que pensábamos que los unía: el estar colocados, mi porro, sus picos...nadie nos informó.

Vuelve la enfermera y me pregunta si me hace daño. Una lágrima me asoma. "No", contesto, he vuelto a estar con mis amigos del alma, aquellos que a partir de aquella tarde cada vez vi menos y por la calle nunca volvimos a hablar de aquello. En el barrio los miraban de reojo, la gente los rehuía, los señalaba y ellos se escondían; yo los añoraba.

El destino de mis amigos lo decidió el haber sido marcados como ovejas negras; el no haber tenido información de lo que hacían, el vivir en una sociedad arcaica que marcaba a la gente de por vida. Los cuatro se despidieron de esta vida por diferentes motivos y formas pero relacionados con toda esta desinformación.

Subo a la moto, vuelvo al parque, luego a la plaza donde nos habíamos reunido tantas tardes y oigo las risas, los suspiros, las discusiones; recuerdo las miradas y los golpes en la vena, sé que todo forma parte mí, que están conmigo, que me acompañan y me cuidan como aquella tarde. Gracias, amigos.

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