La cara amarga del fútbol formativo

Soy el padre de una chica de 18 años que juega a fútbol. Acabo de recibir la noticia de que  a una jugadora del equipo de mi hija le han diagnosticado una doble rotura de los ligamentos del tobillo. Todo ello producido en un partido de fútbol celebrado anoche entre el equipo de mi hija, UD Cirera, y el Women Soccer School de la Primera División Juvenil catalana.

La desolación es tal que dan ganas de coger los bártulos y cerrar el chiringuito. Y en esta situación de gran indignación e impotencia deseo expresar las dos conclusiones que saco de esta circunstancia: En primer lugar, me llama la atención el 'exceso de celo' con el que se emplean ciertos jugadores y jugadoras, quizá mal influenciadas por sus formadores, o quizá con la ambición desmesurada de querer demostrar una solvencia mal entendida para la obtención de sus objetivos particulares. Espero que algún día se den cuenta de su error y entiendan que por encima de todo están los compañeros de deporte que, el día siguiente al partido, tienen que ir a estudiar o trabajar a poder ser con su integridad física intacta.

La segunda conclusión tiene que ver con el nefasto criterio arbitral que castiga con mucha más severidad la simple protesta o las faltas leves y, sin embargo, dejan en la impunidad entradas graves como la de anoche, en la que ni siquiera la colegiada en cuestión señaló falta. Este sistema de arbitraje actual fomenta que estas desgraciadas situaciones pasen con cierta frecuencia.

Por todo ello, como padre que disfruta viendo cómo su hija es feliz practicando el deporte que ama, me planteo el desincentivar a mi hija para que no sea la próxima víctima de esto en lo que se está convirtiendo el fútbol en la actualidad, y que debería representar nobleza por parte de los/las jugadores/as y equidad y justicia por parte del arbitraje.