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Maldita megafonía

Fira al carrer Girona de Barcelona.

Fira al carrer Girona de Barcelona. / FERRAN NADEU

Las ferias, certámenes, mercados o estands que se acompañan de megafonía invasora de domicilios y taladradora de cabezas no despiertan ninguna simpatía entre la ciudadanía de los alrededores. Apuntalan su negocio, y el del ayuntamiento que las promueve cada vez con mayor asiduidad en el sinvivir al que someten a quienes no pueden escapar.

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La fiesta o la diversión que incluye el estrés o sufrimiento animal hiere muchas sensibilidades. Siendo este el argumento esgrimido para prohibir ciertos espectáculos, resulta paradójico que este razonamiento se esquive si incruentamente se mortifica a los seres humanos.

Aunque la mayor incongruencia se da cuando el Ayuntamiento de Tarragona, al mismo tiempo que organizaba los XVIII Juegos Mediterráneos, afirmaba que no disponía de medios para hacer cumplir su propia normativa municipal sobre ruidos. Y lo mismo afirmaba la Guardia Urbana. Magnífico paradigma del esperpento.

Nuestra ciudad será un lugar más habitable si se impide la irrupción de las hordas de decibelios que, además de nocivas, son innecesarias y sin sentido.

En el carro de la convivencia, como dijo el fabulista Esopo, "la rueda más estropeada es la que hace más ruido".

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