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Cuando la sonrisa duele

Un pacient se sotmet a proves de detecció de càncer.

Un pacient se sotmet a proves de detecció de càncer. / JOAN PUIG

"Tienes que ir más rápido y sonreír más", me dijo la jefa mirando hacia la cola de gente que esperaba la comida que yo llevaba siete horas sirviendo. En otras palabras, me vino a decir: produce, produce, produce, y ni se te ocurra olvidarte de la sonrisa, que tú al menos tienes trabajo y hay muchas personas ahí fuera que querrían estar en tu situación; así que venga, más rápido. A mi madre le pasó lo mismo, también le pidieron que fuera más rápido y sonriera más, pero no se lo dijeron en el trabajo sino en la consulta. Sutilmente le estaban sugiriendo que se curara prontito, que dejara ya de hiperfrecuentar el centro de salud y que se pusiera la sonrisa en la boca, que con positivismo el cáncer se lleva mejor. ¿Pero cómo sonreír si ni siquiera tengo media hora de descanso? ¿De verdad le exigirás una sonrisa a alguien que tiene miedo y dolor por los efectos de la quimioterapia? La sonrisa obligatoria es sinónimo de mala salud, de malestar. Y eso es especialmente grave en las mujeres, que hemos sido educadas para complacer a los demás, y en las enfermas, que cargan con el estigma del diagnóstico y con el rechazo social por no poder ser productivas. El dolor, la rabia, el miedo o el enfado son sentimientos legítimos que conviene no maquillar, porque es mejor no sonreír cuando la sonrisa duele

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