Barcelona, la mala vida

Se podría considerar que la única obligación de cualquier consistorio se fundamenta en gestionar las contradicciones e intereses de la ciudadanía de forma justa. Es de suponer que el consenso de buscar lo justo podría ser aceptado mayoritariamente.

La dificultad estriba que lo justo para unos no es lo mismo que para otros, ni tampoco los propios valores. Una solución consistiría en utilizar la filosofía aplicada en el paradigma de la ética. El filósofo y el antropólogo Paul Ricoeur, resume la ética, como la buena vida con y para el otro, en instituciones justas. E insiste, que no se puede estimar uno mismo sin estimar al otro como yo mismo.

El espacio público es el espacio sagrado para todos, o sea que engloba todas las clasificaciones humanas, es un bien a proteger para convertirlo en el jardín de cualquier ciudad. Barcelona, se ha convertido en una ciudad estresada, ruidosa, con una atmósfera perjudicial para la salud, con una densidad poblacional que no respeta los mínimos de convivencia, con unos comportamientos que invaden la buena vida, para evitar enfermar en lo orgánico como también en lo mental.

Los fármacos, el alcohol, las drogas, el tabaco, se consumen de forma pantagruélica, síntoma manifiesto que es una ciudad que enferma a los que residen y pagan impuestos a lo largo de toda una vida. Las terrazas, focos de ruidos durante todo el día, que consumen espacio, como: las bicicletas, los monopatines, los patines, los patinetes, las tablas, los coches, las motos, las furgonetas, los autobuses, los autocares, los tranvías, los taxis, las ambulancias, los furgones de limpieza, los vehículos de seguridad, ¿qué espacio queda para los humanos para poder disfrutar de lo imprescindible que es el disponer de un ambiente saludable y tranquilo y ser capaces de oír la propia respiración si se considera adecuado en cualquier momento?

La ciudad de Barcelona, es el ejemplo contrario de la buena vida.